A la hora de la cena convinimos
que aprovecharíamos la celebración de una tal Ruta Quiñones para pasear y
conocer la ciudad. Habíamos llegado a Cádiz la madrugada del viernes 28.
Desnudamos nuestras alforjas. Emplearon
toda la mañana del viernes, mi madre y sus amigas, en vestirse y desvestirse.
Mis nervios a un pellizco de relampaguear. A las siete de la mañana del sábado
mi madre me comunica su cambio de planes; ella y sus amigas se marchan de
excursión a la sierra gaditana en un par de horas. Con mis fuerzas aún
enredadas en la cálida pesadez de las sábanas, no sé si gritar o mandarla a
tomar viento. Me siento engañada, defraudada, sí, pero ya no soy una niña que
necesita que la lleven de la mano a todas partes. Una buena ducha limpia mi
sueño y mi enojo. Una llamada a recepción para reponer fuerzas con un potente
desayuno, mi mejor vestido y a la calle, nada ni nadie impedirán que conozca
Cádiz esta mañana. En recepción solicito información sobre la ruta, ni idea. Un muchacho, que también va camino de la ruta,
me informa exhaustivamente. Se ve que sabe de lo que habla. Simpatizamos a la primera
mirada. Soy pintor, me dice, y suelo visitar con frecuencia la ciudad. No te
preocupes por nada. En mi mochila llevo dos bocadillos de paté de ortiguillas,
una botella de sake gaditano, con una pareja de camarones dentro, y un cartucho
de pamplinas en adobo.
Al llegar a La Caleta desenvaina sus pinceles
atlánticos, así los nombra, y comienza a dibujar sobre un lienzo caletero una
mañana luminosa y fresca, de azules y claros, con una marea baja para transitar
su rompiente, que acomete al paspartú aledaño con su aroma penetrante. Le
pregunto por los tintes que usa, pues me parecen singulares. Están compuestos,
responde, de escolleras y algas, de pisadas primeras sobre la arena
somnolienta, con brea de las barquillas que dejan, en su afable vaivén, el
último sueño que vagó con las estrellas, con la luz de un faro que anhela la
próxima luna para acariciar, otra vez, a su amada ciudad. Y yo me fui enamorando
nada más llegar. Y cual personajes de un cuadro viñero, con Fernando Quiñones,
de su mano, con su obra, nos fuimos de ruta por las sendas, florecidas de
poemas y canciones, de esta vieja dama del Sur.
Saludos, abrazos, bromas,
primeros encuentros, y yo, entusiasmada de verlos. Algunos/as frotan sus manos,
grasientas de churros, en las camisetas del kit rutero. Mi amigo el pintor,
habitual en las rutas, me va presentando. Percibo, al instante, una
camaradería, un buen rollo tan grato, que me animan, aún más, a seguir
adelante.
Principian la convivencia
quiñonera sus familiares más cercanos; Nadia, Mauro, Mariela. Se leen
manifiestos, que llevan zurcidos entre líneas, y comparten con los asistentes,
flores de gratitud. Paco Luque nos ofrece su primera canción con cadencia de
ukelele. Los Pimpis de Cai procuran,
entre pasodobles e ingenio, atenuar el frío ambiente tempranero.
Peregrinos de la cultura ¡el Club
Caleta os espera! y los primeros textos de Fernando reviven con la declamación
hospitalaria de Charo Bolaños. Una
hermosa canción, a este rincón marinero, aletea en nuestros oídos con la
guitarra y la voz de mi compañero y hermano Alfonso Baro. Los Pimpis se
entonan; cuplés con sabor a burgaillos y cangrejos. Están en su casa, en su
patio de juegos. ¡Dale Juanlu a ese pito viñero! Ambos hemos braceado estas
aguas aceitosas en los meses veraniegos, entre mojones y broza, que todo hay
que decirlo, para llegar a la meta dibujada de barca reposando tras la dura
jornada de pesca. Y ese altavoz que sonaba desde el palco olímpico del Club
Caleta ¡niños, bajarse de las barcas!
Se nos ha colado un intruso en la
narración. ¿Tú lo conoces, amigo pintor? No sé quién será, déjalo, déjalo, ya
se cansará.
Siguiente estación quiñonesca, y
yo estoy cada vez más animada, además, me gusta este chico. Me cuenta que
Fernando Quiñones llamaba al Teatro Falla la sede vaticana del Carnaval. El
Fuego de la Utopía, que nunca debe morir, dibuja de poesía el Santuario de los
ladrillos coloraos.
Y seguimos caminando, apoyándonos
en el recio cayado de la amistad, ahora en busca del Rectorado de la
Universidad. Allí, adhesiones, convenios, proyectos y firmas, y sobrevolándolo
todo la galaxia apasionada de Inma Márquez, que nos atrapa, con su luz estelar,
interpretando magistralmente las Habaneras de Cádiz.
Librería Manuel de Falla, próxima
estación de complacencia. Delante de sus puertas se conmueve la mañana; recita Desideria
Deirdre uno de los poemas más desgarradores de Fernando, dedicado a sus duendes del flamenco. La coqueta librería
se llena de gente para escuchar la voz de Fernando Quiñones.
Con las pilas recargadas de poesía y emoción
nos espera La Clandestina. Empapelada de libros y amigos, sorprenderá con otro
de los momentos más entrañables de la jornada. En el rinconcito donde emerge la luz de las
palabras, Fernando Polavieja seduce a los presentes con su estilo inconfundible,
genial. Le seguirán las lecturas,
maravillosas, de Rosario Sánchez, Dolors Alberola y la dulce espontaneidad de
Juani, poetisa de la vida.
A dos pasos la Catedral, son las
dos de una tarde espléndida. Una de sus torres me vigila de cerca y me hace
cosquillas. Con el Arco de la Rosa como
solemne espectador, Blanca Flores nos lee una de las cartas que Fernando
Quiñones remite al equipo de gobierno de la ciudad de Cádiz, y a través de la
cual pretende hacer ver a éstos el tremendo disparate que supondría derribar el
insigne Arco y los beneficios de su salvaguarda para el futuro turístico de la
ciudad. Restallan, con agudeza exquisita, el compromiso y el cariz profético en
las líneas de la misiva.
Y de Fernando a Fernando, gustazo
porque nos toca seguir disfrutando. Fernando Lobo y su música, un año más, esta
vez en las escalinatas de la Catedral. Antes de continuar la ruta, foto de
familia para compartir con la familia y amigos. ¿Dónde hay que firmar? que yo
me sumo sin titubear a este gran equipo de gobierno.
El Pópulo, del cual dicen los
entendidos es el barrio más antiguo de Occidente, ellos sabrán, nos da la
bienvenida. En el patio medieval del recinto fortificado de Alfonso X el Sabio
nos tomamos las vituallas y un merecido descanso.
Café Teatro Pay Pay; última
estación de complacencia para los peregrinos quiñoneros. Ahí, yo no puedo
entrar. Ya luego me contará mi amigo el pintor. Entretanto, continuaré con mi
exploración de la ciudad, esta vez a mi manera; encaramada en una de las
sugerentes azoteas que he visto al pasar, muy cerquita de aquí.
Mi amigo el pintor, ágil, al
instante, a través de reseñas atmosféricas, me informa sobre lo que en el Café
Teatro está sucediendo. Entre los espontáneos; un chiquillo llamado Alejandro
Arauz, que deleita al público con su frescura y su buen hacer. Soberbia,
cautivando a los presentes con sus notables dotes interpretativas, Montse
Torrent ofrece una escena de la obra quiñonesca Las mil noches de Hortensia Romero. A ella le seguirán las
magníficas actuaciones de los cantautores: Alfonso Baro y su canción, recién
sacada del horno, dedicada a Mariana Cornejo, y tras ella la magia que habita Debajo de la chistera. Pasada total, así
define mi amigo, la actuación de Paco
Medina y Verónica Díaz. Sublime su voz y la versión del pasodoble de Paco Alba;
¡Oh Cádiz! Paco Luque, un gran tipo, comparte con el público, a través de dos
hermosos temas, sus experiencias vitales, de la infancia y de su viaje a
Madagascar. Antonio Estrada recita un poema dedicado a Abril, muy chulo,
original, y a continuación teatraliza, con gracia y desparpajo, unos textos de
Fernando Quiñones ¡Ole! Regresa Inma Márquez, y el Pay Pay se derrite a sus
pies con su peculiar manera de engendrar arte y emoción. Y para terminar, la
actuación del dúo Jazztá, fin de fiesta desenfadado, divertido, para una
jornada memorable.
Ausencias, varias, por diversos
motivos, a las que se echó en falta, ojalá puedan sumarse a la próxima, y yo,
con ganitas de volver a Cádiz, las puedo disfrutar: Charo Troncoso, Luis García
Gil, Miguel Ángel García Argüez, Javier Ruibal, Juan José Téllez, José Manuel
Benítez Ariza… y tantos/as otros/as.
Poco antes de que mi hermano
Cielo, en ese lugar donde el faro está a punto de despertar y las mojarritas le
cantan un cuplé de buenas noches a Fernando, se tiña de malva y miel, mi madre
me llama diciéndome que viene de camino, que me vaya preparando pues nos toca
marchar. Regreso a las Azores, con mi madre y su borrasca de amigas. Os
agradezco vuestra decisión de ir de excursión a la sierra, de lo contrario esta
ruta no hubiera sido igual. Comentaban esos que son sabios y saben de qué
hablan, que la energía positiva acumulada entre los peregrinos ruteros medió
para que mi madre y sus amigas cambiaran de planes, puede ser. De lo que sí
estoy segura es que quiero volver a esta ciudad, reencontrarme con mi amigo, el
de los pinceles atlánticos, si él lo quiere, aquí o en otro lugar, si elige
Cádiz, aún mejor, aquí derramé algunas lagrimillas de emoción y una lluvia de
besos para él; amigo, señor del clima y del tiempo. Y para vosotros/as
amigos/as ruteros/as, todo el amor que es capaz de brindar una nube de agua y
algodón.
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