martes, 22 de noviembre de 2016

LLUVIA...

Lluvia, tiéndete junto a mí. Desnuda en mi memoria el perfume fugaz, el desasosiego envuelto en el cáliz de los que acaban de amarse.


viernes, 18 de noviembre de 2016

De púrpura inquieta 

Hay un sollozo de flores
entre pañuelos de agua
y un estambre de luz
deshojando la pradera.

Entona la tormenta
una egregia balada.

Al trote del caballo
se desboca la hierba
y en el brindis del ocaso
ya se viste la sierra
de púrpura inquieta
y de nanas despiertas.

Vestida de chimenea
se desnuda la tarde. 



viernes, 28 de octubre de 2016

El fin de la farsa

Donde los árboles cantan;
tres candados
encienden la llama,
dos puñales
desgarran la niebla,
la parodia
se quita la máscara.
Tres bancadas
dan fin a la farsa
y en el viento
se muere la honra,
donde los árboles cantan.


miércoles, 22 de junio de 2016

Y UN ABRIR Y CERRAR DE CURVAS..., ALMERÍA

 Con todo mi amor para Pili, por soportarme, y con todo mi cariño para Mari Carmen Gutiérrez y Narciso, por guiarnos.

Nacimiento, Abla, La Mazacuca y en un abrir y cerrar de curvas el desierto. Desierto, danos papel de leyendas y lápiz de emociones que venimos para aprobar la asignatura que tenemos pendiente. Y pendiente de nosotros Esperanza, la de la Posada de Carmen. Mediando la Vega de Guadix nos llama para saber de nosotros. Por supuesto, para allá vamos, nos estamos despidiendo de Granada, aún quedan piononos de nata en lo alto de las cumbres, mejor otro día, ya hemos almorzado divinamente en la Castilla de Antequera de nuestro amigo Juanchi, menú a ocho euros, postre incluido, sacrilegio grande no tomar postre en casa de Juanchi, y el indio al acecho, cualquiera se niega.



 Esperanza, la de la Posada de Carmen, nos recibe pasadas las seis de la tarde, muestra el apartamento y nos habla de su afición a la pintura. En la Posada de Carmen forman sinalefa la tradición y lo nuevo. Un dosel para el amor en la geometría del dormitorio, mobiliario rural y antiguo de cuidada rehabilitación… y en toda la vivienda el cielo, allá en lo alto, cuarteado con vigas. 
En el abrigo de las colmenas un hombre juega a la comba con una cuerda de arcoíris, dos luceros, cuatro sombras y en su salto alborea el niño Cabo de Gata.  Y en la Cueva de los letreros una salamandra lleva un pincel en la boca con el que viene pintando cuevas y volcanes desde más allá de la prehistoria. En la anochecida, el hombre mancha sus manos de almagre sangre de tierra y recorriendo las calles de Mójacar estampa su figura en paredes y portones. 
Árboles enhiestos salpimientan el roquedo, espejismos bautizados con el nombre flor de pita. Flor de pita, lanza, viento, con coronas y espolones, delineando el sendero donde se rifan renglones realidades y cuentos. Un cortijo se despeña en la memoria de los hombres y una mujer muere en vida por el crimen más horrendo. Horrendo despliegue de torturas estas piedras simientes de traiciones y lamentos.  Aljibes y balsillas, centinelas del desierto, extraen vida que canta desde las aguas recónditas. Enclaustradas están las grietas de estos muros que enloquecen con sombra fresca de olivos. Olivos sacudidos por el peso del recuerdo, a su sombra danzan las niñas en la merienda del tiempo. En la merienda del tiempo el viento rufián se zampó la escasa dignidad que quedó tras de esas cuatro paredes. Cortijo de frailes y espinas y un campanario sediento.


A lomos de un caballo con vapores de potencia abandonamos el Cortijo camino de San José y de sus playas de Monsul y Genoveses. Cabalgamos borrachos de matices por esta naturaleza llena de estigmas. Un molino la defiende con aspas de transparencias y armadura de nieve seca.


Entre los Genoveses y Monsul dicen que duerme una duna fosilizada. Yo no he visto tal. En cambio, sí he pisado el dorso adormecido de un fósil bebé de ballena varada. Y le he pedido perdón admirando la belleza de su casa. Y he sentido su enfado por tantas irreverentes pisadas, y me lo ha mostrado, visible y elegante, en el rugido plácido de las olas mediterráneas. Y al transitar por los adarves de estos baluartes volcánicos he visto abiertas las fauces de un castillo guarnecido por aves guardianas de la costa.



En lo alto del promontorio un faro que no es un faro custodia la entrada a este paraje donde se hacen el amor el mar de azul más intenso y los suspiros de un volcán antediluviano. Son retoños de otra época que hoy se muestran erguidos, disfrazados de pinos, chumberas, pitas y eucaliptos. 
En el vientre del volcán trabajaba un pintor de pinceles hechiceros, y en comunión con su casero vistió de incontables tonalidades este vergel desierto marítimo. El pintor se marchó, las olas lo andan buscando. Aquí se quedó el volcán, apuesto monumento pétreo. 


En el regreso motean la aridez campamentos árabes de hielo y oculto corazón de verduras y durmientes marismas de plásticos y hermosos nombres solfeando con la flora y el asfalto, simbiosis desteñida a esta hora por la yema batida que se derrama por el cielo. Sus soldados se desplazan con caballos de dos ruedas. Van pertrechados de nostalgia, de tristeza su panoplia, y en su trote suenan, suenan las miserias que les dejan los regidores de esta plaza. Los Albaricoques quedan atrás, vamos volviendo hacia Níjar.


Dos gatos se están lavando por las calles de Mójacar, y dos más, y dos más, y dos más, gatos y más gatos como epifanías de la historia. Está loco mi objetivo que esquematiza el episodio con partituras de tuaregs y batiburrillos de idiomas a la sombra de una jaima.


Ronronean las flores en las pieles de las sierpes que descienden hacia la sierra preñada de volcanes. Los lugareños pintan de blanco la piel de sus serpientes que riegan de vez en cuando con tabernas y arcos proverbiales. Y las serpientes, a veces, erizan sus lomos con balcones, donde duermen la siesta cúpulas, buganvillas y alfeizares con cantigas de moriscos.  


Montañas de Mójacar en su tinta dan el santo y seña en La frontera de Carboneras. 


Se entreveran los ecos del dolor en los pliegues de la montaña. La mar estaba hambrienta aquella mañana en la que se alimentó con el alma de sus hijos. Se desmayó el atardecer con el llanto de las madres y las orillas se cubrieron de loca oscuridad y desatino. No supo el amor pronunciar los nombres de la muerte y ellas se desnudaron de vida entre lágrimas de huerto. Lánguida y derrotada, la montaña resguardó en la epidermis de sus rocas el luto de Las Negras.


Entre los bancales de sus piedras hoy otros siembran colillas y música con varios decibelios de alcoholismo. Y hay marinos desdeñando las olas y sus mensajes con motos de agua que persiguen muchachas que aún no aprobaron los manuales de la vida.
Desde el mirador de la Amatista la tierra, enamorada del mar, se alza a cada instante. Las nubes, celosas de las cumbres, han cubierto de quejidos el horizonte y se elevan, pausadamente, para colocar un velo sobre el Pico de los Frailes. El mar, profundo pentagrama de bailes, abre sus labios como un cráter generoso. Líquenes y palmitos celebran el desposorio despertando a las torres vigías que se van pasando el testigo desde aquí hasta la Isleta del moro.


La nana de las orillas balancea a las ninfas de esta cópula. Barquitas de árbol y sol, hijas de la tierra y el mar. 

Los frailes ya están mirando. Dispara, dispara, que el velo se lo van a quitar.
Por la cuesta de la atalaya se disuelve el resol de la jornada. Un silencio de casitas durmientes acompasa el retumbo de un desfile. Fruncen el ceño las montañas en el humo de la tarde.  El sol cubierto de timidez le da la espalda al valle. Desleído en su bochorno, extiende el sol sus rayos como papeles de nácar y miel sobre la vega. Un pueblo observa atento la hermosa fugacidad de lo cotidiano. Estrofas con rimas en ocres buscan completar el poema de la noche. Y la atalaya, allá en lo alto, custodiada por flores de pita y besos. Romances de tiempos pretéritos que hoy se arriman a tu cuerpo. Tu cuerpo, coqueteando con las escaleras de la memoria. Y al atardecer, Níjar.


A los pies de la colina un aroma a cañizo y flor de pita se restriega por los bancales sacudidos por el viento. En el paraje poco más; una acequia, dos palmeras y una mirada distante. Del otro lado se yergue un rosario de zaguanes teñidos de añil enredados entre arroyos de casas encaladas que entonan el pregón de la memoria.


En el rebato de la campana un gato salta de una azotea llevando un haz de luz en sus ojos. Y aquel valle, en apariencia yermo, se reveló cultivado a cada palmo de poesía.






INFORMACIÓN PRÁCTICA
-          Habitamos como vecinos de Níjar en la Posada de Carmen, calle de la Carrera número 24, regentada por Esperanza. Y por tres noches, que fueron pocas, pagamos 150 euros.
-          Para las cosas del comer en la ida y en la vuelta le hicimos caso al indio de Antequera, y en el comedor del Hostal Restaurante Castilla estuvimos comiendo de menú. Ocho euros de lunes a viernes, con bebida y postre incluidos y el cariño y la hospitalidad de nuestro amigo Juanchi.
-          Ya en Níjar y aledaños el primer almuerzo fue en el Hostal Restaurante Alba, en la pedanía de Los Albaricoques, asimismo de menú, 11 euros por persona, bebida y postres incluidos.
-          Y el domingo, a la vuelta de Mójacar, cruzamos La Frontera para regresar al Parque Natural Cabo de Gata-Níjar en la localidad de Carboneras. Almuerzo a la carta, con dos tintos de verano, sin postre: 31 euros.
-          Y para alimentar al caballo de los vapores de potencia destinamos un total de 80 euros con menú preciso de gasoil.

Rafael Arauz González

Ciudadano del mundo. Junio 2016


viernes, 1 de abril de 2016

Esta mañana salí a pasear y a buscar nubes por los caminos para llevárselas a mi huerto que está llorando de sequía por los suelos. Nubes no hallé ni una, pero llevaba el piloto de asombro encendido y al poco comenzó a diluviar. A escorrentías se desmigaba la mañana. Relámpagos de imágenes y truenos de silencio. Tantos que volví empapado de belleza, calaítas mis pupilas con sus besos.


lunes, 11 de mayo de 2015

Nuestra primera cosecha de papas

Nuestra primera cosecha de patatas


El sábado por la tarde los topos nos conminaron a quitar las papas. Estaban las matas lozanas y hermosas, acaparando las miradas de asombro de estos hortelanos primerizos. Aún más sabrosos debieron parecerles sus frutos a los vecinos roedores. Refieren las cochinillas que andan los topos indagando, por las redes sociales de la tierra, las diversas maneras de saborear el generoso tubérculo. Algunos compartimos con ellos, en comunión con el huerto, otros, los que estáis viendo, se vinieron con nosotros, entre rachas de viento y besos de gozo. 


martes, 7 de abril de 2015

Semana de pasión... floral.

Semana de pasión… floral.


Venus y sus ombligos acuden en tropel al toque de campanas de Sol. A esa hora casi toda la plaza se halla tomada por los líquenes, que chismorrean, mientras desmenuzan bichillos, sobre un alfombrado asfalto de mullido musgo. Principian el cortejo unas estilizadas campánulas blancas. En las lagunas aledañas no cabe una flor. Es tal la expectación que algunas no dudan en mostrar su cara menos amable. Otras, por el contrario, de talante más hospitalario, consienten a los pequeños, aupados sobre sus hombros. Las más avezadas se arraciman en los muros y resquicios del camino. El desfile, desbordado, inunda la plaza mayor, provocando la huida, hacia la sombra, de las florecillas más tímidas. Algunas en cambio abren sus brazos ante la llegada del dios Sol. En la confusión del momento una avispa sacia su sed y otros suplican tisana de manzanilla para aplacar la indigestión. Por allá suena, ya llega la banda de jilgueros y batracios. Una lluvia de pétalos tapiza la carrera oficial. Del palio de la tarde cuelgan las más hermosas cresterías. Terminado el cortejo la plaza ofrece este delicioso aspecto. Bendita seas, archiquerida estación floral.