Semana de pasión…
floral.
Venus y sus ombligos acuden en
tropel al toque de campanas de Sol. A esa hora casi toda la plaza se halla
tomada por los líquenes, que chismorrean, mientras desmenuzan bichillos, sobre
un alfombrado asfalto de mullido musgo. Principian el cortejo unas estilizadas campánulas
blancas. En las lagunas aledañas no cabe una flor. Es tal la expectación que
algunas no dudan en mostrar su cara menos amable. Otras, por el contrario, de
talante más hospitalario, consienten a los pequeños, aupados sobre sus hombros.
Las más avezadas se arraciman en los muros y resquicios del camino. El desfile,
desbordado, inunda la plaza mayor, provocando la huida, hacia la sombra, de las
florecillas más tímidas. Algunas en cambio abren sus brazos ante la llegada del
dios Sol. En la confusión del momento una avispa sacia su sed y otros suplican tisana
de manzanilla para aplacar la indigestión. Por allá suena, ya llega la banda de
jilgueros y batracios. Una lluvia de pétalos tapiza la carrera oficial. Del
palio de la tarde cuelgan las más hermosas cresterías. Terminado el cortejo la
plaza ofrece este delicioso aspecto. Bendita seas, archiquerida estación
floral.
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