jueves, 6 de febrero de 2014

Un pellizco...

Estoy prendado de él desde aquella tarde que nos presentaron, en uno de los puestos aledaños a la plaza de abastos de Algeciras. Me imantó su color, profundo y etéreo como la arena del desierto, su perfume que trepó por los poros de mi nariz convirtiéndome en su siervo. A lomos de su voz cabalgo los recuerdos intangibles de Marruecos. Señor de mis sueños, no he dejado de acompañarlo desde entonces por la caravana de especias que parte rumbo a la Ruta del Hechizo. Pero es amo sabio y justo y me invita a compartir con él guisos y vapores, risas y enhorabuenas. A veces me entusiasmo tanto mirándolo, ahí, quieto, seguro de sí y de su aspecto, que me extralimito en mis afectos y entonces me pierdo yo y las alabanzas, por el uso y abuso de su reino. Un pellizco de él es para mí como un tesoro de Oriente en mis manos, ni te cuento ya en mi boca que se deshace salivando gozo. Yo quisiera compartirlo contigo, pero me habrás de prometer que serás mesurado en tus apegos, no desearía escuchar de su voz; estoy agotado, no te quiero. Se llama Ras El Hanout, y en mi cocina tiembla la encimera en cuanto asoma el pescuezo.


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