lunes, 17 de febrero de 2014

Julio Mariscal Montes

Julio Mariscal Montes

El pasado sábado nos fuimos de excursión a Arcos. Salimos de casa con el mediodía ya franqueado y una techumbre de plomiza melancolía que nos acompañó todo el camino. En su morriña se cobijó la luz, pero vigorizó el verdor de los campos, serranías y arboledas, aguando bocas y apaciguando mentes. ¡Qué delicia conducir por estas carreteras, entregadas a la belleza suprema y natural de un rebaño de ovejas que pasta la hierba recién lavada por la lluvia fina de la noche! El arroyo que se precipita loma abajo, buscando el lecho materno del río que crece orgulloso de su amor por las nubes. El huerto que agita las manos del hortelano feliz tras comprobar cómo prospera su esfuerzo. El macizo, lejano, cercano, que nos sonríe luciendo su vestido de añiles y malvas que le pidió prestado a la borrasca atlántica. Y Arcos al fin, tras poco más de cuarenta minutos de placentero recorrido, allá, altivo, desparramándose por el cerro, retándole un duelo al vértigo. Arcos, de casas blancas y tráfico denso. Arcos, de alamedas que otean la campiña y coches que fastidian a viandantes y aceras. ¿Por qué estos pueblos maravillosos, tan bellos, aún más lo podrían ser, han de verse invadidos por coches y motos hasta en el más recóndito de sus rincones y callejas? Afean hasta la extenuación, fustigan muros añejos, plazas que dejan de serlo, ensuciando a tufos esos otros olores…, de chimenea, de guiso casero, de ropa tendida, de casapuerta radiante por la fregona hambrienta. ¡Lástima! Podrían ser aún más bellos. Y por una de las calles que se afanan en subir a la Plaza del Cabildo encontramos un monumento que restituyó nuestro aliento y me hizo extraer de mi bolso bolígrafo y cuaderno. Es ese que se levanta en honor al que llaman “Poeta de Arcos”; Julio Mariscal Montes. Hoy tiene calle, recibe homenajes y reconocimiento, pero todo hubo de ser tras de su muerte. Julio Mariscal Montes, al que no conocía y lo lamento, pero ayer noche, poco a poco, transitando las vereítas poéticas de Internet fui enmendando tan craso desconocimiento. He aquí uno de sus poemas, del libro “Pasan hombres oscuros”

TÚ mirabas el río,
la flor recién abierta,
el pequeño morir de los boyeros...
Yo miraba tus ojos.
¡Y ya eran mías todas estas cosas!
Y me iba preguntando:
¿Cómo es posible
que en esta cabecita de alfiler de tu pupila
quepa todo el baldío que es el mundo?
¿Cómo es posible?... Y me iba preguntando...
Pero volví los ojos hacia fuera,
rompiendo las amarras de los tuyos,
y al ver las vacas con enormes ubres
que rumian lentamente su tristeza,
y el olivar umbrío, y la alta torre
cimbreada por vientos rondadores,
comprendí que sin verlo
prendido, desdoblado en tus pupilas,
era mundo, era un terrible ático vacío,
un polvoriento surco que nos va consumiendo.
Y desde aquí me supe,
abrazado a tus ojos para siempre,
que el quererte era más que una moneda
lanzada al “cara o cruz” del desearte.





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