jueves, 21 de febrero de 2013

Patrocinio de Biedma y La Moneda


PATROCINIO DE BIEDMA Y LA MONEDA

La vida, andanzas, quehaceres y triunfos de esta meritoria mujer que a continuación os presento se encuentra íntimamente ligada al discurrir de la sociedad gaditana del último tercio del siglo XIX. Seguir las huellas de su transcurrir vital supone aprehender el latir de la ciudad de Cádiz, para entender con ella los acontecimientos que marcaron no sólo el final del siglo XIX sino también, a su vez, todo lo que tuvo que ver y sufrir la piel de Iberia a lo largo del siglo XX. Ella nació en un pequeño pueblo de la provincia de Jaén, pero por diversos y amargos avatares de su existencia terminó recalando en Cádiz, ciudad de la que se enamoraría hasta el extremo de sentirse, casi desde el principio, gaditana hasta la médula. Como el ensayo es algo extenso, lo iré subiendo a modo de capítulos, para hacerlo más digerible.
Suban el telón, ante ustedes Dña. Patrocinio de Biedma y La Moneda.

CAPÍTULO I
BEGÍJAR (JAÉN)

Se llamaba su padre, Diego José de Biedma y Marín, y vino a nacer el día 15 de septiembre de 1775 en la Villa de Begíjar (Jaén). Su madre llevaba por nombre Isabel. Isabel María de La Moneda nació en Begíjar el 6 de febrero de 1805.
Diego José de Biedma y Marín era un labrador bien acomodado, dueño de tierras y fincas, que decidió casarse, en segundas nupcias, a la edad de 63 años con Isabel Mari, de 33 años de edad. Ambos se unieron en matrimonio en la Villa de Begíjar el 12 de julio de 1838.
De la unión de Diego e Isabel nacería la protagonista de este capítulo, segunda de los tres vástagos del matrimonio; Patrocinio de Biedma y La Moneda, el 13 de marzo de 1845. Su partida de bautismo viene a contarnos que la niña escogió las cinco de la madrugada para abandonar el vientre materno, siendo bautizada en la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol de la Villa de Begíjar (Jaén).
La Villa de Begíjar…
Disfruta de buena ventilación y clima sano. Tiene un caserío bastante regular. Las casas y calles son regulares, bien empedradas y llanas en general. Hay una casa albergue para pasajeros, escuela de instrucción primaria para niñas y niños y una iglesia parroquial llamada de Santiago Apóstol. Sobresale de entre ellos el palacio del Obispo de Jaén, más por su extensión que por su mérito artístico o elegancia. La campiña de Begíjar es de las más fértiles en las riberas del Guadalquivir y serían indudablemente de las más fecundas de España si aquel les proporcionase el riego conveniente. Productos: cereales, legumbres, hortalizas y frutas de muchas especies, lino, vino y mucho aceite. Población: 598 vecinos, 2159 almas.
De esta manera describía la Villa de Begíjar el político progresista Pascual Madoz.

Los primeros años de vida de Patrocinio transcurrieron en la antigua casa solariega de la familia. En ella se forjó también su espíritu mediante la lectura, rodeada por la tranquila y esplendida naturaleza de la campiña de Jaén.
Pasó su infancia y adolescencia casi aislada del mundo, lo que despertó su gusto por la literatura, que se convertiría en compañera inseparable a lo largo de toda su vida, y su inteligencia natural la ayudó a formarse como autodidacta.
Federico Carlos Sainz de Robles a este respecto asevera que sus padres no cuidaron excesivamente la cultura de la niña Patrocinio, pero como desde muy niña, a los seis años sabía leer y escribir perfectamente, sintió un fervor invencible por la lectura, y sin que nadie guiase sus aficiones, devoró cuantos libros caían en sus manos. Y así fue formando su cultura, que llegó a ser notable y brillantísima.
Con apenas cuatro años de edad falleció su padre, el 27 de junio de 1849. Este suceso, recibido a tan temprana edad, forjó en Patrocinio un amor profundo, férreo e inquebrantable por y hacia su madre. Nos lo transmite en uno de sus primeros escritos;
El corazón de mi madre era la base firme y santa de todos mis sentimientos, era el manantial inagotable donde yo bebía raudales de fe,  y como mi espíritu sólo estaba en contacto con el suyo, como sólo su amor tenía que poner a prueba, mi fe crecía y mi corazón se afirmaba, porque el desengaño no existía para mí.
A los catorce años le asignan novio, tal como era costumbre por aquel entonces. El afortunado era un muchacho de Baeza, llamado José María de Cuadros y Arellano, hijo del Marqués de San Miguel de la Vega. En uno de sus primeros encuentros con la lírica nos habla de este amor primero;

¡Que el amor no es quimera,
que amor existe!

Existe, cual las flores
sobre la tierra,
Alegra nuestra vida,
cual las estrellas
la oscura noche,
en que la sombra envuelve
los horizontes.

Mas, para darle encanto,
para que pueda
vivir con vida propia,
con luz eterna,
es necesario
que el ser a quien se ofrece
sepa apreciarlo.


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