martes, 20 de noviembre de 2012

Brillará en el cielo


Brillará en el cielo

A decir verdad no fueron muchos los momentos que compartimos, pero cuando estos se dieron siempre hallé en ti a una buena persona, un ser humano íntegro y un héroe, sí, un héroe, en el más amplio y honorable sentido del concepto. Un héroe, sí, pues como tal superaste el mordisco asesino del cangrejo del que muy pocos escaparon con vida. Pero tú prevaleciste, con una fortaleza inquebrantable, admirable, a pesar de la cruel prueba que la vida te puso poco después de sobrepasar la barrera de los cuarenta. Y al superarla, te la quisiste comer, querías, ansiabas vivir, con más ganas, con más ímpetu que nunca antes. Y en ese afán bello y loable por vivir entregaste todo tu amor para tu mujer y tu hijo, todos tus desvelos fueron para con ellos a los que te dedicaste en cuerpo y alma cuando tu camino vital se encauzó por senderos más serenos y firmes. Ya no tendrías que madrugar para ir a laborar, ahora todo tu tiempo sería para ellos. Y de esta manera ofreciste lo mejor de ti para tu hijo, contagiándole tu pasión por entender, por aprender, por no dejar dormir al gusanillo de la curiosidad que nos invita a descubrir nuevos retos y territorios.
Pero la Vida parecía haberte tomado manía y un aciago día de noviembre quiso asestarte el golpe final, y esta vez no lo pudiste superar, tan feroz fue su tajo. Y yo la maldigo por ello, la maldigo y me sublevo ante aquellos que quieran hablarme de la justicia divina o monsergas similares. Tú no merecías esta acción vil que la Vida te tenía preparada. Te hallabas inmerso en la plenitud de tu existencia, con los más enérgicos deseos de continuar adelante, amigo de tus amigos y de aquellos menos conocidos, atareado en reír, compartir, platicar..., ¡Vivir, joder, Vivir! y tú, Vida canalla, le robaste, sin tiempo apenas para percibirlo, su aliento, arrancándoselo también a su mujer y a su hijo.
Y ahora, cuando ya no estás entre nosotros, ruego a las estrellas y planetas, por los que tanta afición sentías, quieran recogerte en su celestial regazo, en el rincón más hermoso del Olimpo celeste, allá donde a buen seguro deben ir todas las almas buenas, pues tú lo eras apreciado amigo Pepe. Tu sonrisa clara y pura brillará en el cielo, y con ella seguirás iluminando a tu hijo. Él es un chico fuerte, de carácter templado y corazón generoso, que no te defraudará, manteniendo por siempre vivo tu recuerdo y tu legado.  

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