martes, 17 de julio de 2012

Mi reprogramación


Y Sevilla nos recibió, con cuarenta y pico grados bajo el sol. Una piscina en la azotea, Hotel Don Paco, hacia allá subimos. Torres de Sevilla, desde aquí os contemplo, burbujeando de emoción. El Guadalquivir, abrazado por la noche, nos refrescó. Y por San Jacinto de Triana, lunes noche, cuánta gente, a plena satisfacción. No somos indolentes, sabemos sacarle el jugo a la Vida, aunque nos oprima el cinturón.
Mohamed, nuestro amigo del aparcamiento, no deja de sorprendernos. Con tantos grados de sopor lleva vestiduras propias de otra estación, y él tan contento. Yo apenas le entiendo, pero su mirada y su templanza atizan de buenaventuras mi corazón.
Ronda de Capuchinos, desayuno andaluz. Dos tostadas, aceite y azúcar, delicioso sabor. Son las diez de la mañana, el termómetro de la farmacia ¡no mires! ya marca treinta y dos. ¡No desesperes mi amor!
Yo quisiera darle un abrazo, pero no me atrevo. Vicente me lleva de la mano por esta senda que hace un mes eché a andar. Para quien no lo sepa, o no lo haya leído aún, Vicente es el ingeniero clínico de MED-EL y es un ser excepcional. Por su paciencia bien merecería un monumento. Él dice que es feliz con su trabajo, y yo dichoso de que así lo sea. Con sus manos temblorosas y sus notables dotes pedagógicas me va devolviendo al mundo de los sonidos y las palabras, y yo no sé cómo agradecérselo.
Tres horas y pico en este pasillo del hospital. Pero no son horas perdidas. Aquí sentado observo, me emociono y aprendo. Dos niños gritan y gritan, por cuartos y medias de horas. Uno es algo más mayor, el otro apenas un bebé. Ambos llevan prendidos a sus ropas un implante coclear. Yo lo siento por ti, amada mía, pero cuánto Te quiero. Yo lo siento por ti, amada mía, y por esta silla que de tanto estar sentado sobre ella será ya un puro lamento, pero aquí sentado observo, me emociono y aprendo. Observo a estas dos criaturitas y me reprimo el llanto. A ese mayor que grita, porque no sabe hablar. Y al otro que llora y llora, pero su madre, otro premio a la paciencia, consigue hacerle reír. Y me emociono al pensar que tal vez algún día, gracias a la magia de la ciencia, serán nuevos talentos. Y pensando y esperando. Y esperando y pensando, me entraron ganas de ver al Doctor Ropero, para saludarlo de nuevo, tanto y tanto le debo. Pero las horas fueron pasando y no conseguí verlo.
No estamos peor que nunca, eso no es cierto. Quieren acabar con casi todo, eso por supuesto, pero jamás con la esperanza ¡y hemos avanzado tanto! Aquí están estas dos criaturitas para confirmarlo y saberlo. Y yo me emociono tanto, y me contengo, y me contengo, pero bueno ¿por qué me contengo?
Y Vicente me fue brindando las mejores noticias y expectativas. Y me reprogramó, y me subió un poco más el volumen. Y yo quisiera darle otro abrazo, pero sigo sin atreverme. En su lugar me despido de esa madre. A su hijito también lo operaron el ocho de mayo. Nos deseamos buena suerte, ceñidos por la emoción. Ahora sí, tú y yo, mi amor, fundidos en un abrazo.
Y yo me emociono y yo me sorprendo de la especie humana a la cual pertenezco, capaz de crear estas genialidades, pero capaz, también, de las mayores atrocidades.
¡Ay Giraldillo, Giraldillo, que te tuestas al sol! ¡Cómo haces para no derretirte, divino primor! Quien te forjó, salao, fue un Señor Maestro Forjador.
Y Sevilla nos recibió, una vez más, con helado de mango, abrazos fluviales y cuarenta y pico grados de calor. ¡Ay mi alma, con frío, lluvia o calor, paseando por tus calles, qué feliz me siento!
Al regresar en el coche, mi mujer, que tanto y tan bien me incita para que escuche música, me pone Serrat. Con su cálida voz, que ya reconozco, sobrevuelo, cual gavilán, ese “Pueblo blanco, colgado de un barranco” A continuación otro regalo; “Herido de amor” de Federico García Lorca, que también reconozco, que también tarareo. ¡Ay Federico, cuántas lágrimas vertieron mis ojos al leer de tu vida, de tus andares, tus pesares, tus amores! ¡Ay Federico, paisano mío, cuánto te quiero! ¡Ay Federico, comparte conmigo estos momentos!



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