En la época
dorada del ladrillo y la especulación sin escrúpulos se les congelaba el
sueldo. Eran los años en los que un dirigente mentiroso, que nos metió en una
guerra mezquina, cacareaba aquello de “España
va bien”. Años aquellos en los que chavales a miles, y no tan jóvenes,
abandonaban estudios e institutos y se entregaban, ciegos, al dinero fácil de
la construcción y los servicios, pavoneándose por las calles con sus coches
tuneados, sus peinados a la última y sus piercings y móviles cual bandera de
una falacia viciada. Años esos en los que otros tantos miles y miles de
ciudadanos/as se dejaron arrastrar por la red codiciosa e irresponsable de la
banca y el gobierno que animaba a comprar y comprar, adquiriendo casas, coches
e hipotecas inverosímiles. En vallas publicitarias, cabinas telefónicas, en
folletos publicitarios y hasta en la sopa se leía aquello de “compra más para vivir mejor”. Y
mientras todo esto sucedía a los funcionarios se les congelaba el sueldo.
Pero la edad de
oro del ladrillo reventó, como explotan todas las mentiras surgidas de la más
cicatera manipulación. Y cambió el color del gobierno, que no de la mentira,
regresaron los soldados enviados a esa guerra mezquina y nos dijeron, decenas y
docenas de veces que no había crisis, que sólo estábamos entrando en una ligera
recesión. Mas esta nueva mentira, fruto de una torpe maniobra gubernamental,
también reventó. Entonces, para paliar el engaño, a los que se les había venido
congelando el sueldo se les comunicaba que a partir de entonces vendrían a
cobrar un 5% menos.
Y de nuevo
cambió el color del gobierno, no así el de la mentira, cada vez más ruin, ni el
de la corrupción, que no entiende de colores ni ideologías. Sí creció y creció
y creció, y no deja de crecer, el ansia viva de codicia entre los más ricos y
privilegiados, llámense políticos, banqueros y otros muchos rufianes, de una
sociedad que comienza a oler a podrido.
Y esa codicia
viva e insaciable, que tampoco entiende de escrúpulos, para tener más y más y
por siempre jamás salir a flote de todo lo habido y por haber, no tuvo mejor
idea que recortar y recortar. Mutilar derechos sociales y laborales. Amputar
los pilares básicos de toda sociedad digna de serlo: sanidad, educación,
cultura, investigación. Y en esa ansia
viva por cercenar, no encontraron lugar mejor hacia el que dirigir sus voraces
miradas que la actividad y jornal del empleado de la Administración Pública. Y
arrastraron con ellos, regodeados de goce, a numerosos ciudadanos/as que no
poseen virtud mayor que la de la ignorancia y la envidia cainita. De la noche a
la mañana los empleados públicos, habitualmente denostados, pasaron a ocupar el
meritorio lugar de enemigos públicos de la sociedad. Responsables de todos los
males, desmanes y despilfarros cometidos en el ibérico escenario. Y siendo así
continuaron sufriendo recortes y más recortes en sueldos y complementos. Hoy la
gran mayoría de ellos disfrutan de
sueldos paupérrimos. Mas no contentos con esto entendieron tan lucidas mentes
que era necesario y de vital importancia para la salud de la economía nacional
y europea que el empleado público viese incrementada su carga de trabajo.
Adviértase que aún les parece poco el ejercicio de lapidación y desprestigio
que contra el empleado público practican, siendo así que tienen a bien, como
última dádiva, privarles de la paga extraordinaria de Navidad. Dicen, los que
gozan mintiendo, que de momento tan sólo lo están estudiando. Veremos, antes
que cante el gallo de Morón, los enemigos públicos y los que disfrutan
lanzándoles piedras, que ese último presente pre-navideño dejará de ser globo
sonda para pasar a ser realidad allá por Navidad.
Y mientras todo
esto sucede el MacDonald’s lleno a reventar de chavalitos con móviles última
generación, popeyes con vehículos deportivos y familias con niños. Debe ser que
será que las hamburguesas plastificadas contienen aditivos con alto poder de
somnolencia y aborregamiento.
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