viernes, 6 de julio de 2012

De luz, viento y sal


Una playa vestal donde no hay más vestidos que la naturaleza. Una luna dorada esplende sobre las marismas. De este lado la Flecha de El Rompido y del otro lado la mar. Un río de nombre Piedras donde retozan las chalupas con la bajamar. Una iglesia, una ermita, un templo parroquial blanco como la sal. Unos campos de golf, codiciosos de agua, resecan acuíferos, afluentes, incluso las mentes que no quieren pensar, dicen que con ellos empleo para el pueblo habrá de llegar. Ovas de choco de la Costa de Huelva, luz de mar, recién llegadas están, ajos muy picados, pellizcos de perejil, el viento abanica nuestros pies, delicias para el paladar.
Isla Cristina se deja abrazar por un entorno de notable beldad. Cuentan de este pueblo marinero que es hermoso como el medio que lo envuelve, son reclamos turísticos cargados de falsedad. Este pueblo marinero desmerece el entorno. Son feas sus calles y de la avenencia arquitectónica de sus casas mejor ni hablar. Mas no quedan a la zaga Lepe, Cartaya, Punta Umbría, Gibraleón y otras localidades de este litoral y su provincia que gozan de un medio ambiente de belleza sin par.
Yo me vine a refrescar, soplaba el viento de poniente, enérgico, asaz fresco. Tapizada de algas y penumbras estaba la mar. A esta tierra onubense, de milenarias leyendas y afamadas romerías, me gusta venir con cierta asiduidad.
De regreso, al atardecer, Sevilla se mostraba cautivadora, la Giralda iluminada, docenas y cientos de coches compartiendo asfalto y panorámica, gustoso lo hubiera aparcado, pero tocaba tomar dirección Cádiz. Nuestro muchachito al día siguiente hacia Cazorla se marchaba al amanecer.

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