martes, 10 de abril de 2012

Y Sevilla me recibió...

Y Sevilla me recibió, toda ella cuajadita de olores, con un rosario de flores y artesonada de nubes. Lágrimas brotan del cielo y resbalan por tu rostro. No llores tú, hermana nazarena, que el cielo ya está llorando, si no sale hoy tu hermandad ya saldrá otro año.
Y Sevilla me recibió, y yo la fui acariciando y ella se fue dejando, y entre caricia y caricia yo me fui enamorando.
Y Sevilla me mostró a dos de sus hijas más hermosas, concebidas en tiempos remotos. Una se llama Alcalá y se apellida de Guadaira y la otra se llama Carmona, romana, judía y mora. Y ellas, generosas y hospitalarias, abrieron sus brazos y sus secretos para que así los fuéramos apreciando. Y bien bellos que son sus secretos y sus brazos.
Un castillo en el altozano, soberbio y abandonado. Un  paseo por la ribera, por mil encantos jalonado. Un molino y una acequia, y el ánade que emprende el vuelo mientras yo me quedo extasiado. ´
Un tocinillo en la boca que lleva unas gotitas de gloria y un pellizquito de cielo.
Una mansión olvidada, ultrajada, en el camino al promontorio, con su buhardilla chamuscada, me deja en la garganta una punzada.
Una, dos, tres…, muestras de afecto, de amabilidad, de humanidad plena y sabiduría franca, sencilla y digna. Un apretón de manos que me llega al corazón con un chispazo emocionado. Siéntate paisano y toma un café con nosotros, ocho décadas te contemplan y en tus ojos el brillo de un millón de recuerdos transitados que en tu mente quedaron.
De tapeo por Triana ¡por San Jacinto, que a gustito me encuentro! Y mi niño me pregunta, con desparpajo y salero, si yo le quiero. No te voy a querer saltamontes, moscardón y embustero, si por estas calles contigo compruebo tu gracia y tu ingenio. Déjame que te diga, para que no te asustes, que puedo mirar y miraré a una moza hermosa, y me derretiré entero, igual que me extasían la belleza de una catedral, un paso de misterio o este rincón trianero.
Cimientos cartago-romanos nos conceden la venia para que por sus calles vayamos caminando. Y allá vamos, con la cámara al hombro, tres paraguas, por si acaso, y un ramillete de ilusión, que no falte, aún no lo están recortando. Un coro de nubes desde el cielo nos viene amenazando, ¿qué será lo que dicen, que yo no consigo escucharlo? No hace falta que repitas, ya tus gotas me están mojando. Un refugio barroco cobija y seca nuestras ropas pero mi boca se viene humedeciendo, es tanta la beldad que vengo contemplando. Retomamos el camino, el mercado nos estaba esperando, con sus chiquillos jugando, unas mesas que están vacías y chucherías para mi hijo que ando comprando. Mientras tanto al coro de nubes se han ido incorporando nuevos miembros, más fornidos, mejor dotados para la pieza que pronto habrán de interpretar. ¡Caigan torrentes de agua y granizo, el espectáculo acaba de principiar! los niños corren y saltan locos por atrapar esas bolitas blancas que el coro comienza a entonar.
Viernes Santo en Carmona. Un tablao improvisao en la barra de un bar. Una granizá pa mi niño, que nunca la ha visto igual. Una banda de música con su marcha procesional. Un palio que nos cubre con nubes de algodón y un azul a punto de deslumbrar. Y en mis ojos las lágrimas que comienzan a brotar por esta emoción que siento y no la puedo aguantar.
Desde las escaleras de la muralla ampulosa yo contemplo este mar que es campiña, por donde las nubes navegan dibujando verdes y dorados. Andalucía, patria mía, que me concediste el privilegio de nacer en tu seno, cuanto más te conozco más de ti me enamoro.
Pétalos de mil colores llueven desde los balcones al paso de la virgen que camina en busca de su hijo, lacrimosa y galante. Lleva costalero a esa madre de la cual eres devoto y dile por favor que la admiro, como mujer y madre, pero que no le pondré un exvoto. No creo en esas imágenes que pasean envueltas de ostentación y fervor, creo en esas mujeres que entregan su vida con sacrificio y amor.
Concha, que besas a mi hijo igual que conmigo hiciera mi abuela. Concha, de mirar garboso y sonrisa fresca, desayuna con nosotros cuantas veces quieras. Concha, ocho décadas y dos primaveras de alegrías y penas. Sobre tu pecho dos escapularios; dos hijos y el marido que ya no están. Concha, la gracia de mi tierra en tus ojos llevas.
Yo quisiera ser gota de cera, que cae del cirio que porta un nazareno cualquiera, para penetrar en tus entrañas, Sevilla, hasta que tú quieras.
Yo quisiera ser gota de cera y fundirme en tus aceras. No me vengas a limpiar, barrendero de mirada certera. Déjame besar tus caderas, Sevilla, hasta que tú quieras.
Yo quisiera quedarme contigo, urbe fluvial, pero me tengo que marchar. Toca estudiar, trabajar…, y contar las delicias de este viaje que no podré olvidar.
Mas yo quiero que sepas, amada mía, que hay más mundo y más gracia más allá de la Giralda y yo quiero conocerlo y poderlo contar. 


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