miércoles, 7 de marzo de 2012

Cartas escogidas

Ayer acabé la apacible lectura de un libro exquisito, intimista como pocos y profundamente emotivo. Su título; Cartas escogidas, de Federico García Lorca. Lo adquirimos en una reciente visita a su tierra natal, Granada, en la Huerta de San Vicente, fábrica de sus sueños y sus versos, donde rezuma aún su sensibilidad y el alma de su genio inconmensurable. Puede que llevado por esos efluvios etéreos este librito cayó en mis manos. Había otros más, mucho más conocidos, pero éste, éste le dio una punzada a mi corazón nada más lo cogí. En sus páginas, con cada una de sus cartas, Federico, como así gustaba que le llamaran, va destilando su arrebatadora personalidad, amable, delicada y rebosante de una humanidad abrasadora. Una humanidad donde no hay lugar para el rencor, para el desaire, sólo para el amor. Un amor apasionado, ingenuo a veces, pero limpio y fresco como su corazón. Un amor generoso, desinteresado, que va regando y regalando con hermosas palabras y aún más bellas emociones entre y con sus amigos, sus familiares, sus allegados. El amor para él lo era todo, sin amor no merece la pena vivir. En una de sus cartas dice: también yo estoy solo, aunque tú me creas acompañado porque triunfo y recibo coronas de gloria, pero me falta la corona divina del amor.
Sus páginas, la lectura de sus cartas son, a su vez, una inestimable radiografía de un ser humano inmenso. De finísima sensibilidad y absoluta y desgarradora sinceridad, puede que ellas, la verdad limpia y pura en definitiva, fueran acicates para sus enemigos, que jamás le perdonaron que andara por la vida y por su Granada con esa insolente ingenuidad, con ese amor desprendido que a ellos les dolía en lo más profundo de sus podridos corazones y de sus apolilladas mentalidades. Federico no callaba lo que sentía, lo que veía, lo que hería su corazón, más si cabe con lo que más le dolía; su Granada natal, a la que no pocas veces piropea llamándola ciudad acolchada de burguesía beocia. En una de las cartas dirigidas a su padre dice; ¿Qué hago yo ahora en Granada? Escuchar muchas tonterías, muchas discusiones, muchas envidias y muchas canalladas. En una de las cartas al historiador y crítico granadino Melchor Fernández Almagro dice; Granada es horrible. Esto no es Andalucía. Andalucía es otra cosa… está en la gente… y aquí son gallegos. Yo que soy andaluz y requeteandaluz, suspiro por Málaga, por Córdoba, por Sánlucar la Mayor, por Algeciras, por Cádiz auténtico y entonado, por Alcalá de los Gazules, por lo que es íntimamente andaluz. La verdadera Granada es la que se ha ido, la que ahora aparece muerta bajo las delirantes y verdosas luces de gas. La otra Andalucía está viva; ejemplo, Málaga.
Radiografía de un ser humano inmenso que siempre huyó del oficialismo, del partidismo, de la política. Su pasión era la poesía, el teatro, el Amor, la Vida. Tanto es así que en una de sus cartas al historiador y conferenciante Carlos Martínez-Barbeito dice; en el fondo me asusta lo político del homenaje, ¿me entiendes? Eso de colaborar con diputados, etc., etc., me crispa los nervios. Yo creo que lo mejor sería que yo fuese modestamente y diera mi conferencia sobre vuestro gran poeta y no interviniera en más cosas, porque… yo odio lo oficial y nunca he tomado parte en cosas oficiales.
En definitiva, no puedo más que recomendar la lectura de este librito exquisito para todos aquellos/as que quieran acercarse, de la manera más íntima que cabe concebir, a la vida y el pensamiento de este andaluz universal que desgranaba amor, afecto inocente y cándido y pletórica humanidad allá por donde iba. Andaluz y universal, como esta tierra que le vio nacer, a la que le cantó y por la que lloró y en la que fue vilmente asesinado, pues digan lo que digan, por más bonito que lo quieran poner, al final las bestias siempre acaban ganándole la batalla a la belleza, a la justicia y al amor.   

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