jueves, 3 de noviembre de 2011

Puerta del Sol

En la Puerta del Sol hay un kilómetro cero. La gente llega, hace cómicas piruetas y muecas y toma fotos. Y digo yo que habrá otros kilómetros cero repartidos por el mundo. Cuestión de gustos. Partiendo de la misma varios tsunamis humanos se dirigen a diversos puntos de Madrid. Sin lugar a dudas el más voraz de ellos es el que se encamina por la calle Preciados en dirección a la Gran Vía, donde se concentran las más importantes firmas comerciales, de las que nada diré ni daré nombres por aquello de no hacerles publicidad gratuita. Aunque en determinados momentos y para según quien podría resultar cansino y molesto este torrencial afluente de gentes, resulta gozoso contemplarlo desde donde nos encontramos situados, justo delante del kilómetro cero y dando la espalda a la puerta que da entrada a los señores y señoras representantes de la Comunidad de Madrid. No cuesta imaginar esta misma escena en otros momentos del año, principalmente aquel cuando el personal se muestra un tanto alocado, visceral y frenético ante la llamada del consumismo disfrazado de festividades de amor y paz. A los pies de la estatua ecuestre una pancarta y un llamamiento reivindicativo que bien poco podrá hacer por más voluntad ciega que ponga en el intento. No están los tiempos para acoger de buen agrado vientos solidarios, ni por parte de los ciudadanos coetáneos ni mucho menos por aquellos que los mal representan. Tomando con la mochila almidoná la calle de la canción popular que no mencionaré, allí, allí, allí encontraran a los auténticos protagonistas del teatro actual. Tampoco daré sus nombres, no vaya a ser que algunos de ustedes decidan cambiar la filiación de sus cuentas bancarias. Pero tomen, tomen, sigan esa dirección, tendrán la oportunidad de contemplar el mayor teatro del Estado, ocupando toda una manzana, inmensa, un tanto desvencijada, pero poderosa a fin de cuentas, sus personajes son los que acaparan en este momento todo el poder en sus manos, ese edificio al que hace unos momentos le dábamos la espalda no es más que un mero títere de este otro del que les hablo. Dejemos estos feos asuntos, ¿no les parece? y sigamos con lo nuestro. Y lo nuestro es hablarles de todo esto que estamos viendo. Un crisol de culturas sobre el piso hormigonado. Me parece que eso del crisol está un poco visto, mejor lo dejamos en una multitud un tanto diversa, en sus procedencias, en sus ademanes, en sus maneras de enfrentarse al mundo y sus distintas situaciones, adversas o benignas. Unos miran perplejos, otros arrogantes, algunos vanidosos, el escenario que les atrapa o les molesta, pero todos y todas forman parte del último estreno sito en la Puerta del Sol de Madrid. A pocos pasos de una pastelería que lleva en esta plaza tantos años como ella misma, unas señoras venden boletos para el sorteo de esas festividades disfrazadas de amor y paz, siempre pienso que compraré uno, pero no soy yo muy dado a estos gastos superfluos, siempre apegados a los avatares de la suerte. Un perro duerme acurrucado entre las manos de un vendedor de aspecto laso y desilusionado. Y digo yo que no es para menos, toda la vida vendiendo la suerte y la suerte jamás vino a saludarle siquiera una mañana o una primavera. Por la calle de nombre Mayor una cabalgata de equinos invade por unos minutos el señorío del motor, gozosos momentos estos en los que la naturaleza más atávica regresa a por sus feudos, ignoro hacia dónde se dirigirán pero da gusto verlos. Con la llegada del atardecer la Luna le toma el testigo al astro Sol y digo yo que a partir de ese momento mágico no estaría mal que a esta plaza se le cambiara el nombre, aunque sólo sea por cumplir con aquello de la igualdad de oportunidades.  

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