miércoles, 2 de noviembre de 2011

De Madrid al cielo


Un enjambre de culturas que me zarandea los sentidos, que despierta en mí pasiones y temores. ¡Vaya vértigo de altura! De Recoletos al Manzanares, con descanso en Lavapiés. Ya te vale ¡qué locura!
Por este Madrid castizo siento un arrebato de pesares, ¿dónde quedaron sus gentes, dónde sus recuerdos, sus comercios, sus bazares…? Oriente, África, el Magreb, por cientos y millares.
Una iglesia que no lo es. Sin capillas y sin altares, no hay exvotos ni oraciones, hoy son libros y más libros, una lectura sin rezo, ¡el triunfo del saber!
Una morada desvencijada, en la que dormimos y me nutre de insomnio y palabras que bullen en mi cabeza. En mi cabeza una tapia obstinada y unos ruidos que no cesan.
Por la ciudad de tus musas, Sabina, vamos caminando. Su buen ambiente, sus gratos rincones y paréntesis, la verdad, nos fueron gustando. Mas había otras gentes, pegajosas, ruidosas, que nos terminaron cansando.
Tirso de Molina, Sol y un torrente de gentes hacia la Plaza Mayor.
En la Biblioteca Nacional los niños no pueden entrar. En las escuelas, entre los niños, el amor por los libros quieren fomentar. Si al Magno Templo del Saber mi hijo no puede pasar, digo yo qué clase de cultura es la que ansiamos promocionar. Manuales entre vitrinas, enclaustrados con llave y cristal. Al libro se ha de acceder, acariciar, palpar. Todo esto que observo y me indigna me parece de un escarnio difícil de justificar. La entrada a este sagrado lugar habría de ser objeto de derecho y acceso universal.
Un fulgor allá en lo alto. Solitaria candileja en el cielo madrileño.
El estrés a dos ruedas. Una bicicleta es devorada por el rugido feroz de un autobús que acelera. Dominio impertérrito en los Señoríos del motor.
Las cuestiones de Estado se discuten en los divanes del Teatro Real. Las óperas y otros espectáculos quedan restringidos para la más selecta élite social. El pueblo que se limite a ir sobreviviendo y a recoger las migajas que éstos quieran acordar.
Unas sonrisas picaronas, un murmullo de féminas, ante la llegada del efebo actor.
Una madeja de gasas cenicientas y tras de ellas la luna sobre la Plaza Mayor. Noche última la nuestra por estas calles, por esta plaza, por este Madrid ignoto que tanto nos agradó.

No hay comentarios: