miércoles, 5 de octubre de 2011

Sierra de Aracena y Picos de Aroche

Una alberca, un rebaño de ovejas y una carretera orlada de almendros. En la alberca un lugareño lava los aperos, mientras, en derredor suyo, pacen en el pastizal los corderos. Algunas reposan a los pies de un olivo y las más pequeñas corretean dando brincos.
Retozan las nubes entre los riscos. Lloran que te lloran, cual si fueran niños. Lloran que te lloran ¿por qué llorarán? Se les fue el Sol ¿adónde estará? Buscan las nubes al Sol por el peñascal, empapadas quedan las laderas por el lagrimal, inundada queda la aldea por tan desconsolado llorar. El Sol se marchó, bien lejos andará.

Discurre el agua por la falda de la Sierra, mansa, quieta, y el campesino se asea a los pies de la cambija, tranquilo, sin prisas, nada le inquieta.

Mil y una historias que contar, sentados al calor del hogar. El sendero es serafín y galán, presumiendo de bello, ribeteado de almendros, conduciéndonos va, con paso sereno, hacia los parajes que vamos a visitar.

Higuera de la Sierra, Alájar, Almonaster la Real. Pueblos postrados en los valles o apiñados en el verdugal. Desde allá contemplaré tu falda, morena, teñida toda de cal.

Tantas dichas y desdichas, tantas leyendas, tanta cal. Santa Olalla del Cala, en el altozano un castillo y una iglesia parroquial.

El laberinto se comienza a derramar, a punto está de explotar, parece encontrarse acucioso, el vértigo que quiere arañar un protagonismo que nadie habrá de festejar. Mis oídos presionando y en mi cuerpo el malestar.

Jabugo y su dehesa, nombre y apellidos para un producto que a muchos hace perder la cabeza.

La riqueza gastronómica de estas tierras debiera ser patrimonio de la humanidad. Un vaso de vino, pan, picos, una cerveza, algo de queso y jamón sobre la mesa.

Unos tibios rayos de sol serenan mi cabeza. No me quiero levantar, ¡cuánta pereza! Música misionera de historia en sus nombres; Galaroza, Fuenteheridos, Cumbres mayores, y entre todas Aracena, la capital.

Aracena, madrina de cuevas. Escorrentías de callejas bordeadas de casas, casonas y mansiones de noble arquitectura civil se vierten, difluyen, en una tropelía de torrentes desde la Fortaleza-Catedral hacia la Plaza de Andalucía, centro neurálgico de la ciudad. Está la plaza toda embutida de aromas. Despuntan por doquier ramilletes de terrazas, comercios y bares, salpicando de vida cada uno de sus rincones. Más si queréis probar ricos pasteles por Casa Rufino habréis de preguntar.
Sierra de Aracena y Picos de Aroche, provincia de Huelva, una comarca que invita a soñar.

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