lunes, 18 de julio de 2011

Muy cerquita de El Rocío

Carro tirado por mulas.

Una riada de potrillos,

castaños, blancos y negros. 


Rezagado, bien atado,

queda un potrillo mohíno.

Yo, corrí, los quise alcanzar,

mas no era mi sino,

aquella mañana,

poderlos saludar.


Tomaron por el camino,

que les marcaba el santuario 

de nacarado semblante. 

Me miró, la miré,

pero ella siguió adelante.


Más allá seguiré, 

donde me lleve el destino. 

Me miras y yo no te veo,  

mas no pienses que me olvido  

del trocito de corazón  

que se quedó en ese rincón,

seguro y bien escondido.


La cera en el suelo gotea.

Déjame, anda, que yo te vea,

lleva el ritmo de un latido

que a mi pecho zarandea.


Una vela se ha encendido,

la paz del mundo he pedido.


Pediré lo que tú quieras;

¿jamón, quisquillas o almejas?

Dímelo, niña, ¿qué deseas?  


Deseo tornar, alborada,

que mojen mis pies el rocío.

La bandada de flamencos

principia el rumbo al estío.

Un etéreo batir de alas.


En la taberna unas palmas,

una guitarra y un quejío.

Grito de dolor profundo

que me causa escalofrío.

Lloro de mi tierra patria

que aún continua herido.


Ni olvido ni olvidaré,

aurora velada y fresca,  

muy cerquita de El Rocío.

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