Alondra de níveo plumaje,
reposa sobre el pedestal.
En el ágora la multitud
que se agita, anhelando
el comienzo del ritual.
La tarde se desliza, dócil,
por el frontis del templo,
y por el Betis arriban
los barcos cargados de sal.
El aire, todo, se colma
de aromas; olor de marisma,
los efluvios del incienso,
y los pétalos de rosas,
a los pies del Soporte Vestal.
Los brazos nebulosos del sol
acarician las lumbreras
del sacrosanto recinto.
Su abrazo abrasador
templa los fríos mármoles,
deslumbrando con alboreo fulgor
sentidos y corazones.
Avivando con ardiente fervor
a las vírgenes vestales.
Por el decumano ya se acerca
la sagrada comitiva.
Principian el cortejo
enlutadas plañideras,
haciendo sonar sus sonajas.
Unas gráciles impúberes
alfombran la calzada
con lechugas, hinojos
y pétalos de flores.
De la Turdetania, de Gades,
de la Bética, todos sus rincones,
han llegado, por docenas,
sacerdotisas y sacerdotes.
Transportan la parihuela,
al compás de trenos y plegarias,
unas mujeres descalzas.
El gentío se arrodilla
ante Nuestro Señor Adonis,
tributo le rinden
las muchachas de Hispalis.
Se emborracha el ambiente,
pegajoso, turbio,
en una ensalada de olores;
suspiros, llantos, vagidos,
incienso, calor, sudores,
vapores sacramentales.
Toma el vuelo en la plaza
un loco enjambre de aves.
¡vaya golpe me he dado!
¡Qué peste! Una paloma
mi camisa ha decorado.
Iglesia de El Salvador.
Sevilla, primavera, Abril.
¡Por Céfiro, mi señor!
Responde, ¿dónde se halla
mi volátil mente febril?
¡Acabaré extraviado!
¡Horror! ¡No puede ser!
¡Con la Cuaresma sevillana,
cuánta gente, me he topado!
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