Ya se fueron las nubes,
a partir de ahora,
de llegar algunas,
escasas y dispersas
serán, y estarán secas.
La pradera te implora
misericordia, mientras,
tú, sol, te derramas,
ardes, en llamaradas.
Quema, piel, la almohada,
tu mente anda asfixiada,
a las fundas pegada.
Resopla el desierto,
calcinando el Estrecho,
y por la Mar Océana
consuelos de aire fresco.
La caja de Pandora
nos regaló este clima
de veranos sedientos.
Influjos y reflujos,
la Mar Mediterránea,
heroica, capturando
eriales atlánticos,
con bucles espumosos
y ardides amorosos.
Se cubren los trigales
de tejidos resecos.
Dorada la campiña,
reflejando bríos ebrios
del astro rey abrasador,
que castiga los lomos
de las bestias con ardor.
En el páramo busca
un toro, diligente,
un remanso de calor.
Los árboles escasean,
camina, macilento,
hacia allende, a lo lejos,
espejismos de dolor.
De su boca brotando
una lengua de esparto
y un jadeo coloreado,
saturado, de calor.
En la faena un obrero
reseca su sudor.
Un ladrillo, una pala,
tantos grados de sopor
y el látigo implacable
del astro dictador.
El verano se inventó
para aquellos que viven
a modo de gran señor,
mas no para el transido,
cansado, trabajador.
Que cante la cigarra,
que cante, y el grillo mengüe
su exuberante canción.
Que a esta tierra andaluza
llegó, plena de rigor,
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