lunes, 23 de mayo de 2011

Ramas de pasión y legajos

Legajos y más legajos, voces de nuestros antepasados. Libros bautismales, actas matrimoniales, retablos de aventuras vitales. Apasionante labor, en la que me sumerjo, queriendo atrapar el tiempo. Pero el tiempo corre, vertiginosamente, y no puedo hacer nada para detenerlo. Tener todos los datos, que más quisiera, caminar de la mano de mis ancestros y descubrir cómo vivieron, pero son tan escuetos los datos. Apenas si me dicen cuando nacieron, ciudad y parroquia donde los bautizaron, cura, admonición y padrinos que asistieron. Poco, demasiado poco, para una vida, tras otra, de alegrías, pesares y quebrantos. ¡Fueron tantos los obstáculos que se les interpusieron! Pusieron, cada uno de ellos y ellas, su simiente, su granito de arena, entre tanta gente, entre tantas guerras, para que la cadena no se rompiera, que admiro y me maravillo de estar hoy aquí para contarlo. Algunos llegados de lejanas tierras, sus fardos y sus mentes repletas de sueños. En barco, a pie o en carretas, con niños, mujeres y ancianos, en busca de nuevas tierras, huyendo de la pobreza o ansiando mayores riquezas.

Mis ojos se van deslizando, cansados pero ilusionados, al acecho de las huellas de mis antepasados. A veces pasa un libro y otro libro sin haber nada hallado. Hasta que aparece el asiento anhelado, y entonces me gustaría gritar, por la euforia dominado, pero me he de callar; me encuentro en un recinto de silencio respetado.

Juan …, hijo legítimo de tal y cual, natural de esta ciudad, no me lo puedo creer, tengo un eslabón más. Y según avanzo, o retrocedo, según se mire, sobre la mesa los libros cada vez más corroídos. Mordeduras del tiempo, décadas, siglos, a veces el fuego, otras los malos cuidados y otras tantas los insectos. ¿Alcanzaré el siglo sexto? ¿Antes de quién? Antes de esto. Les han sido leídos los preceptos de los tres sacramentos, y yo, Sebastián Sarmientos, párroco de Tórdomar, les ordeno que se casen en el nombre del Padre, del Hijo y del terrateniente de este lugar.

Dan ganas de llorar, me sobrecogen, los libros de defunciones. La muerte nos habla, por docenas, cientos o miles, de fiebres, epidemias o revoluciones.

Y así vamos avanzando, legajo a legajo, con paciencia, ilusión y trabajo, hasta bosquejar, apasionados, el árbol genealógico familiar.

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