miércoles, 25 de mayo de 2011

Latidos de supervivencia

Por el ajimez de tu rostro va penetrando, a ráfagas de legajos, la verdad de tu historia familiar. Una historia que te quiere acercar a ese pasado, que no lo es tanto, si te paras a pensar. Si te paras a pensar tú y yo, nosotros, somos muy parecidos a ellos, poco ha venido el tiempo a cambiar. Han cambiado las costumbres, los lugares, qué duda cabe, no lo vamos a negar. Pero en lo más esencial, en lo intangible, en lo inmaterial, somos, de alguna manera, casi igual.

Por los linfoductos de tu piel fluye la sangre de tus ancestros, que poco a poco, generación tras generación, se ha ido enredando por los intersticios de tus tejidos, hasta formar parte intrínseca de tu forma de ser, soñar, con cada uno de los latidos de tu corazón. Latidos que hablan de epopeyas de supervivencia y firme determinación. Ecos sonoros de lejanas tierras, que regresan a tu vida, para decirte cómo eres y de dónde provienes. Ecos del pasado, que es presente, cuando ríes, cuando cantas, cuando duermes.

Parecen dormir, escondidos en esos libros que les protegen, agazapados en archivos, sacristías y cementerios municipales. Esperando, pacientes, a que la curiosidad o el deseo de conocer te animen a acudir a esos lugares, para que, una vez más, puedan vivir. El milagro de vivir, eterna sucesión de historias que conforman tu manera de sentir.

En la colina del alma reposan ellos, oteando el horizonte, con la hoz y la costumbre, para que sea dulce el camino cuando nos toque poner rumbo al Occidente.

Así lo siento, así lo vivo, no es para mí una mera investigación más. Es algo que va mucho más allá, con una notable carga de espiritualidad.

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Besos y abrazos.


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