miércoles, 4 de mayo de 2011

DE QUESADA A CAZORLA

Paisaje de ciencia-ficción, girasoles fotovoltaicos sobre una tierra yerma. Merma nuestro ánimo. La cigarra huye, sin componer su canción.

Discurro por las tierras que engendran al Guadalquivir. A lo lejos una torre, de afilada peña, que no me deja subir. Me pregunto siempre, cómo se las ingeniaron, los antiguos alarifes, para construir esos castillos, sobre vertiginosas pendientes, riscos y barrancos imponentes. ¿Acaso fueron sus peones febriles gigantes? Llueve otra vez.

Tienen la piel de asfalto las serpientes por estas cumbres. El pueblo que le da nombre, se deja enamorar por ellas. Cazorla; una parra de casas blancas, por el monte arracimadas. Un dédalo de calles, entre lirios y azucenas. El arrullo del río hacia la plaza nos lleva, y por sus piedras y fachadas la lluvia se enseñorea. Pintan de grana las rejas los geranios, y la fuente, donde mi corazón se marea, una piña de agua asemeja. Aquí también, como en Quesada, agradecería que la circulación fuese menos intensa y más ordenada; un coche, otro coche, un claxon, una moto, veneno de combustión, que respirar no me deja. Me mira, nos miramos, lo llamo, y no me hace caso, el gato; sobre la teja. Una tienda y otra tienda, la noche se nos acerca, la preocupación, la tristeza, lamento, cuánto lo siento, tanta queja.

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