jueves, 23 de septiembre de 2010

BÉLGICA VERANO 2010


SÁBADO 14 DE AGOSTO DE 2010

Como iréis comprobando en la crónica de hoy, no siempre pueden ser estupendos los adjetivos. Sabios eran y son nuestros mayores al decir aquello de que no todo el monte es orégano, y en los Países Bajos, como en cualquier otro lugar del mundo, también encuentras puntos negros o cuando menos, seamos benévolos, algo grises.
Bien es verdad, todo hay que decirlo, que nos faltó un poco de previsión ¿Quién nos mandaba desplazarnos a Ámsterdam en coche?
Creo que lo mejor forma de llegar a la archifamosa ciudad holandesa es a través de las vías férreas. La Estación Central se encuentra muy cerca del centro neurálgico, y a pocos pasos os situaréis en pleno centro, con lo cual pienso que es la mejor opción, ya lo podría haber pensado antes.
Si por el contrario preferís hacerlo en automóvil, tened en cuenta que desde Bruselas son dos horas y algunos minutos, tampoco es mayor problema, alojaros en Ámsterdam os puede salir mucho más caro. El trayecto fue muy cómodo y el tráfico fluido, excepto los últimos cuarenta kilómetros, a partir de los cuales comenzaron las retenciones, en ningún caso excesivas. Lo peor comenzó al llegar a Ámsterdam.
Os puedo asegurar que en la ciudad holandesa he sufrido el día más duro desde que obtuve el permiso de conducir. TREMENDO y no exagero ni un ápice.
Ámsterdam es, desde mi humilde punto de vista, una ciudad sumamente caótica en cuanto al tráfico rodado se refiere. Las señalizaciones son muy confusas y escasas. Las líneas y sentidos de circulación, así como la pintura del asfalto, invitan al equívoco continúo, con ellas se mezclan, en una ensalada urbana de alto riesgo, las vías del tranvía, temiendo ser víctima, en cualquier momento, de una multa en toda regla. No me quiero imaginar lo que será conducir por el Reino Unido, ¡ay omaíta! Pero lo peor no es que te caiga una multa, que por aquellos lares tiene que ser como dejar en las arcas municipales medio sueldo tras el recorte de Zapatero. Lo peor, lo que da pavor, es que puedas provocar un accidente, un atropello. No he visto en mi vida una ciudad con más gente por la calle, auténticas mareas humanas por acá y por allá, no os exagero, te las ves cruzar, cuando menos lo esperas, por una esquina, saliendo de entre los coches sin mirar a un lado u otro, a toda prisa porque el semáforo cambia de color, sólo faltaba que salieran hasta de las alcantarillas.
Pero como si todo esto no fuera poco, el colmo del disloque son los ciclistas. Opino que en esta ciudad se ha pasado de darle el lugar que merece a la bicicleta, uno de los medios de transporte más limpios que existen, a convertirse en dueña y señora de la misma. Los ciclistas deambulan de aquí para allá como Perico por su casa, sin mirar o respetar preferencias de circulación, semáforos, pasos de cebra, peatones…, ellos/as se sienten los amos de la ciudad y te lo hacen ver con descarada rotundidad. Por doquiera que camines ves bicicletas, aparcadas en doble o triple fila en las aceras, puentes, plazas…, resultando no pocas veces un tanto complicado incluso pasear con normalidad o sin el susto de verte atropellado.
A ello hay que sumar, porque no todos/as van en bici, un tráfico infernal, incluyendo autobuses, tranvías y demás vehículos, resultando su ambiente contaminado y espeso.
Preparad también el bolsillo, porque esta es una de las ciudades más caras del mundo, y no es mera estadística. Por poneros un ejemplo; una hora de parking, en el aparcamiento más cutre que os podáis imaginar, os va a costar la cantarina cifra de 5€, ¡casi ná! Es el mismo precio que encontraréis en zona azul, repartida por todo el centro, no hay un punto que se escape de la misma, ya sea calle o avenida. Nosotros pagamos 15€ por poco más de dos horas y media de estacionamiento en un parking en superficie situado a un kilómetro del centro.
Conclusión, entre lo uno y lo otro, y llevado por esa angustia que sentí tras conducir por esas calles y avenidas tumultuosas, no saboreé Ámsterdam de muy buen talante.
Dejando a un lado todos estos inconvenientes, Ámsterdam ofrece estampas muy bonitas, bares, restaurantes y comercios muy originales y divertidos y, sobretodo, la impresión que me llevo de esta ciudad es la de un lugar totalmente desinhibido, alegre, libre de prejuicios, donde se nota que la gente acude allí a pasarlo lo mejor posible. En este aspecto corroboré lo que siempre he pensado de Ámsterdam. En todo caso percibo a la ciudad muy adulterada, un tanto deformada en su aspecto, en su esencia, por todos esos estereotipos que le dieron fama, de los que parece que ya no pudiera desprenderse, y que, para mi gusto, le han robado el alma.
Lo primero que encontramos, tras recalar en el centro, fue un espectáculo muy divertido de ópera amateur en plena calle. Personas de avanzada edad, con atuendos de estilo versallesco, hacían alarde de sus dotes operísticas, deleitando al numeroso público que se divertía entusiasmado con la actuación. Unos actuaban a pie de calle, mientras que una gran señora les replicaba desde un balcón. Absolutamente genial. A pocos pasos ya estábamos en el barrio chino, inmerso en un exaltado ambiente festivo, donde fueron apareciendo los famosos Coffee Shop y las Sex Shop, mezcladas con restaurantes de comida étnica y otros originales comercios. Desde aquí, doblando a la derecha tras encontrarnos con un comercio dedicado a los preservativos, la Condomerie (www.condomerie.com) creo que se llama, nos tropezaremos poco después con la Plaza Dam. Por ella transcurría, en esa calurosa mañana de agosto, una cabalgata de los Hare Krishna, plena de colorido y alegría, acompañada en la plaza por tenderetes de comida hindú y otras actuaciones.
Dejando atrás la Plaza Dam, atravesando varios hermosos canales plagados de bicicletas, por la Raadhuisstraat, llegamos, por expreso deseo de nuestro hijo, a la Casa-Museo de Anna Frank. Os confieso que fui a regañadientes, ya había leído que aquello no tenía nada que ver con el lugar original donde estuvo escondida la niña judía con su familia, además, por otra parte, me molestaba saber que aquel tinglado se hubiese convertido en un circo para los turistas, que la desgracia sufrida por otros, por muchos otros, pasara a ser objeto de lucro, pero bueno, había que ir.
Me molesta profundamente que del dolor ajeno se intente sacar tajada y llenarse los bolsillos, ya sean públicos o privados. Estoy totalmente convencido que las desgracias no deberían convertirse, JAMÁS, en atracciones turísticas. Es importante, fundamental, recordar, mantener la memoria para no repetir las infamias del pasado, pero NUNCA hacer de ello un parque temático. Desgraciadamente en Europa, continente tan devastado por las guerras, es muy habitual ver entidades, “museos” y otras “atracciones” de este tipo.
Cuando llegamos a la Casa-Museo Anna Frank nos encontramos, efectivamente, con un edificio funcional al que había que acceder tras soportar una larguísima cola y pagar una cantidad excesiva de euros. No lo pensamos mucho y nos fuimos, dejando también atrás la ciudad de Ámsterdam.
Ávidos por hallar un lugar más tranquilo, tomamos como siguiente destino Leiden. Una localidad distante unos 30-35 kms. de Ámsterdam dirección sur.
http://es.wikipedia.org/wiki/Leiden
Ciertamente es Leiden un lugar mucho más apacible que Ámsterdam, poseedora de acuarelas muy románticas, principalmente todas las calles y plazas que se encuentran abrazadas por los canales. Además la climatología acompañaba, invitando a disfrutar del aire libre, con un cielo muy hermoso y una temperatura inmejorable. Por primera vez, desde que llegamos a Bélgica, no había llovido en toda la jornada.
Aparcar en Leiden, por otra parte, es un poco más asequible que en Ámsterdam; unos 3€/hora.
Pasadas las siete y media de la tarde nos marchamos de Leiden y como estábamos tan animados con la bonanza del tiempo, decidimos hacer otra parada antes de llegar al apartamento. En esta ocasión el destino elegido fue Amberes, que nos encantó, endulzó la jornada al final del día, y no puedo más que regalarle piropos.
Llegamos a Amberes (Antwerpen en neerlandés) a las 20:45 horas. Todo resultó muy grato. Aparcamos cómodamente en un subterráneo muy cerca de la Grote Markt. Estuvimos dos horas y nos costó 4,20€ (en Ámsterdam pagamos 15€ por dos horas y media en un parking en superficie) si no recuerdo mal su nombre es PARKING BRABO, en la Kammenstraat, 2. Ya os digo, salís del parking y a dos pasos estáis en el corazón de esta bella y animada ciudad.
Amberes, al igual que el resto de ciudades belgas visitadas hasta esa fecha, sábado 14 de agosto, es una ciudad deliciosa. Para pasearla, descubrirla, gozosamente, plácidamente, para recrearte con sus casas y los elementos decorativos que las coronan o realzan, con sus añejos monumentos, salidos de cuentos de hadas. En cualquier momento, tras cruzar una esquina, vas a toparte cara a cara con la Bella Durmiente seguida de sus hadas madrinas. Los juegos de luces de su ayuntamiento y otros edificios principales le proporcionan un tono mágico, encantador, a esta ciudad flamenca.
Amberes, para disfrutarla observando como sus ciudadanos se deleitan con su ciudad, gozando del buen vivir, se les ve felices y distendidos en las terrazas, en los coquetos, diversos y originales restaurantes, pedaleando, se saludan, se sonríen. Y nosotros hemos gozado contemplando, paseando, deleitándonos con todo esto y con los deliciosos bombones que venden en una chocolatería sita en la Grote Markt.
Me ha gustado muchísimo, asimismo, el hermoso conjunto monumental que reposa a los pies de la Catedral de Amberes, por su simbolismo y por ser la primera vez que veo algo así. Un monumento dedicado a los obreros que hicieron posible que la bellísima Catedral de Amberes fuera lo que hoy es. Ya era hora que alguien se acordara, también, de todos esos humildes habitantes, que dejaron la vida en innumerables casos, para levantar tan colosales monumentos, por fin un lugar donde no sólo figure el rey que la mandó edificar o el arquitecto que la diseñó. Es de justicia que sirviera de ejemplo para otros muchos rincones de nuestro planeta.
Decididamente, Amberes mi más sincero agradecimiento por estar ahí y por brindarnos tan gratos momentos y mejores recuerdos, dulces momentos que nos hicieron olvidar por completo el amargo sabor de boca tras la visita a Ámsterdam.

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