domingo, 8 de marzo de 2009



Lunes 29 de diciembre

6º día en Roma. Prima parte.

Buongiorno Trastevere! buenos días para el barrio que nos daba cobijo y al que por fin le dedicábamos algunas horas. Gozosas primeras horas de la mañana del lunes 29, concedidas al “descubrimiento” de las calles más típicas de este popular barrio romano y a sus dos iglesias más hermosas; Santa María in Trastevere y San Crisogono. La primera, situada en el corazón de este antiquísimo rincón de Roma, en la Piazza del mismo nombre, es otro bello ejemplo del renacimiento italiano. Una antigua tradición cuenta que en el 38 a.C. una fuente de aceite nauseabundo (probablemente petróleo) afloró en este lugar (el punto de la fons olei está indicado todavía en el centro de la basílica. La población judía vio en ello el signo premonitorio de la llegada del Mesías, pero el primer culto cristiano que conmemora este milagro no apareció hasta el siglo III. Según la leyenda, una riña estalló entonces entre cristianos y taberneros; el emperador dio la razón a los primeros, pues prefirió que un lugar público fuera ocupado por un culto y no por unos borrachos.
Un mosaico de influencia bizantina de los siglos XII al XIV adorna todavía el frontón de la fachada de la Basílica de Santa María in Trastevere, modificada por Carlo Fontana en 1702, que añadió el pórtico.
En la plaza no podemos dejar de admirar la bellísima fuente de Carlo Fontana (1692) y el Palazzo de San Calixto, mandado a construir por Pablo V en 1613.
A unos pasos de la Piazza de Santa María in Trastevere, en dirección al Viale Trastevere se encuentra San Crisogono. El edificio actual de la Iglesia de San Crisogono fue construido en el siglo XII sobre una iglesia paleocristiana, que se puede ver descendiendo por la sacristía, pero que nosotros no pudimos admirar pues no había nadie, a esa hora tan temprana, para que nos atendiera. El campanario románico data de 1125; los mosaicos del ábside, atribuidos a Pietro Cavallini, así como el magnífico embaldosado de estilo cosmatesco, son del siglo XIII. El resto del edificio fue restaurado en 1620 por Giovanni Battista Soria.
Y tras el delicioso paseo por el Trastevere, nos fuimos en busca de nuestro ya querido amigo el Ponte Garibaldi, en esta ocasión para dirigirnos hacia la Gran Sinagoga y el gueto.


Frente a la Isola Tiberina se encuentra la bella silueta de la Gran Sinagoga, edificio erigido en 1904 y que presenta, como principal característica, su cúpula rectangular para diferenciarse de las basílicas cristianas. Para acceder a ella hay que hacerlo a través del Museo Hebraico, sita en una de las puertas laterales del conjunto monumental. La visita al museo hebreo y la gran sinagoga es sumamente interesante. En el mismo se pueden apreciar, además de otros importantes artículos y exornos de la liturgia y la vida judía, los restos de dos de las más antiguas y notables sinagogas que existían en el gueto antes de la construcción de la Gran Sinagoga; la sinagoga romana y la sinagoga catalana. Tras la visita guiada al Museo hebreo y su templo mayor dedicamos el resto de la mañana a conocer el gueto.
En la plaza principal del antiguo gueto se dan cita los mejores restaurantes kosher de Roma y tal vez de toda Italia, así como joyerías, librerías y una pastelería que fue la guinda de la visita al gueto. Una pastelería absolutamente artesanal, hasta el punto de que la misma no es más que un pequeño local en el que varias mujeres se afanan para ofrecer, recién hechos, suculentos manjares. La “pastelería” consta de una pequeña habitación donde se venden los dulces y otro pequeño cuartito donde se encuentran los hornos y demás artículos de repostería, nada más, pero lo que ofrecen es verdaderamente maravilloso. Entre ellos cabe mencionar un pastel que, según nos contó una de las mujeres, es el dulce más antiguo del mundo. Yo no sé si lo será, pero lo que sí sé es que está delicioso, cuánto daría ahora por tener una bandejita repleta de ellos. No os puedo dar el nombre de la “pastelería” porque es tan auténtica, tan artesanal que por no tener no tiene ni nombre. Está en una de las esquinas más alejadas del Templo Mayor hebreo según te sitúas en la Piazza delle Cinque Scole, junto a un negocio de artículos judaicos.
Documentada en Roma a partir del siglo I de nuestra era, la presencia judía en el Trastevere era tan numerosa durante el Imperio, que el barrio estuvo considerado como “la fortaleza del judaísmo romano”. Aunque algunos judíos se trasladaron a continuación en el Campo de Marte, en Suburre o en el Aventino, el Pons Fabricius fue llamado desde entonces Pons Iudaeorum (puente de los judíos), las principales sinagogas permanecieron todavía en el Trastevere, donde, según los estatutos de la ciudad de 1363, la población judía se veía obligada a enterrar a sus muertos cerca de San Francesco a Ripa. Como los habitantes se concentraban en este barrio, se empezó a hablar, desde 1309, de barrio de los judíos, sin que eso excluyera la vecindad entre ambas comunidades. Sin embargo, los judíos estaban obligados a indicar su origen con su vestimenta y, según los papas, estaban autorizados o no a practicar sus ritos públicamente. La comunidad creció todavía más con el éxodo de los judíos de España y Portugal en 1492 y 1498; el papa Alejandro VI Borgia (1492-1503) acogió a nueve mil en Roma, previo pago en oro.
Cuando con la bula Cum nimis absurdium el papa Pablo IV Carafa (1555-1559), anteriormente gran inquisidor del Reino de Napolés, instituyó el Gueto, la comunidad judía, que a partir del siglo XIV se había ido desplazando poco a poco a la orilla izquierda del Tíber, fue confinada en los límites del rione (barrio) Sant’Angelo: ¡varios miles de personas! El cerco partía de la Piazza Giudea, hoy un espacio anónimo en la Piazza delle Cinque Scole, continuaba paralelamente a la actual Via del Portico d’Ottavia y volvía hacia el Tíber a la altura de Piazza Pescheria. Sixto V agrandó el Gueto, incluyendo la orilla del río, donde se instalaron las familias más pobres; allí, en cada crecida del río, el agua subía hasta el tercer piso de las casas y, para la construcción de un dique, la comunidad hebrea se vio obligada a invertir 100 escudos por albañil. Las puertas de las plazas de Pescheria y Giudea se cerraban al caer la tarde.
Tras una última ampliación autorizada en 1823 por el papa León XII, los muros fueron felizmente derruidos en 1848 y, en 1883, el Gueto fue por fin destruido conforme a la ley promulgada para Roma capital.


El Gueto carece de unidad arquitectónica; su tormentosa historia se lee en las iglesias modernas sin estilo, las casas abandonadas y los espacios anónimos, resultado de ciegas destrucciones. No ha perdido, sin embargo, su carácter y es imprescindible recorrer la Via del Portico d’Ottavia, donde las inscripciones romanas en las paredes de las antiguas casas medievales se juntan con las tiendas kosher y las tratorias que ofrecen las deliciosas Carciofi alla Giudea, alcachofas semejantes a flores doradas.
El 16 de octubre de 1943 el Gueto fue víctima de una gran redada: el oficial alemán Kappler –autor tristemente célebre de la matanza de las grutas del Ardeatino- obligó a los judíos de Roma a pagar un rescate de 50 kg. de oro por persona. Aunque reunieron esta suma, los nazis rodearon el Gueto y deportaron a todos los judíos que se encontraban en él. La película de Carlo Lizzani, El oro de Napolés, evoca este trágico episodio.


La foto que os dejo colgada pertenece a la Piazza delle Cinque Scuole, el corazón del gueto. El local que podéis ver más a la esquina, donde esperan varias personas en la calle, es la pastelería de la que os hablo.

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