Chispea, travieso, el arroyo sus
dones, sin dejarnos cruzar hacia el olivar, tal es su arrebato de soberbio
infante. Camina, el arroyo, ensimismado en su belleza, olvidando que unas
humildes piedras y la más ingenua intrepidez sirven como utensilios primarios
para sortear los más osados obstáculos. Del otro lado el olivar, acariciando al
suelo pedregoso. Unas pezuñas raudas y frágiles de perrilla con afán de zorra,
un niño muchacho con sueños de cabrero y un padre con sueños de aprendiz de poeta
quebrantan la siesta de estos olivos, que habrán de reñir al guardián fluvial
por haber dado paso a tan prolijos visitantes. Contemplan la escena un buen
puñado de membrillos, pintando la falda de la sierra con su nevada de flores, y
un graderío repleto de roquedos y quebradas amables. El sol dormita, cubierto
hasta el flequillo con un suave lienzo blanquecino. La frescura de la tarde
despierta a la culebra, larga, sinuosa y estrecha, que habrá de conducirnos
desde la Aldea de los Villares hasta Priego de Córdoba. Su lengua bífida nos
deposita a un palmo del ayuntamiento de esta localidad. Ciudad serena, con
trazas de pueblo en sus callejas y recoletas plazas y aires de urbe en sus
mansiones solariegas. Ambos perfiles congenian con modestia y belleza, sin
resultar altiva, más bien contemplativa, discreta, como los miradores que la
circundan para observar la sierra. Tiendo a pensar que estos olivares la
sosiegan, igual que a mí me sucede en estos instantes. Un lirio me ofrece sus
labios carnosos, y a ellos me entrego con mis ojos hambrientos de su olor. La
Fuente de la Salud tiene dividido su vientre en miles de pedacitos acuáticos,
unos gritan, otros callan, todos quisieran escapar del poyo que los encierra.
Neptuno y las ninfas, desde la gran bañera, los vigilan de cerca. Va siendo
hora de catar la repostería de estas tierras. Cafés y más en una inquieta
terraza, por aquello de no molestar a la perra. Resultado negativo en el primer
intento, habrá que probar en otra ocasión. La luna abre sus ojos de par en par,
invitando a las ranas a croar, a danzar. Salimos a su encuentro, con la
curiosidad de unos gatos ansiosos de libertad, y ella nos alumbra la trocha
cubierta de maleza. Es cálido el lecho de su luz, ¿quién pudiera dormir aquí?
Dentro no se dan las condiciones para pernoctar cómodamente.
La mañana le lava la cara a la
sierra, que se levanta fresca, lozana, y nosotros con ella; hambrientos de paseos.
Una hermosa carretera nos va brindando el camino. Atravesamos poblados,
cortijos y aldeas, hermoseados de flores, estampas de primavera, y de orilla a
orilla; los olivares, salpicados sus pies con la nieve de los membrillos. Es
bella esta tierra y hermoso el destino. Cabra nos ofrece el mejor aceite que
han probado nuestros labios. Aceite, bullicio, sorpresa, la que nos regala
estas calles llenas de alegría, y en el descanso comercial; la siesta. Duermen
los geranios en la cal de sus plazas, y un manto de petunias cobija a una
ventana de miradas indiscretas. En el altozano; un castillo, hoy convertido en
gimnasio, colegio y posada para monjas de clausura. No es nada extraordinario
encontrar un castillo en la loma de un pueblo, es cierto, pero sí el ciprés
portugués que lo custodia, tan altanero que se observa desde cualquier rincón
del municipio. Unos amables vecinos nos invitan a conocer la fuente del río que
da nombre al municipio. No tanto la fuente, nos agrada, pero sí la vía verde
que la observa de cerca y que une Lucena y Cabra y así hasta llegar a Jaén por
un camino sembrado de flores lilas, rojas y amarillas. Nosotros nos
conformamos, disfrutando de vistas esplendidas, con quedarnos en la antigua
estación de tren transformada en museo, restaurante y cafetería. Aquí, bajo una
maravillosa marquesina de forja, tomamos café endulzado con esencia de azahar.
Y la tarde se va emborrachando de colores, de risas, de besos y adioses.
Una estación sin tren…
para tomar café, para reír,
para cotillear con el azahar
que le sirve una copa,
y otra más y otra más,
a la tarde,
y la tarde se embriaga
y los árboles se inclinan
a punto de caer,
¿buscarán el camino
o te perseguirán con su aroma?
por cierto ¿te he dicho que vas
muy guapa?
La cortesía, la gracia, la
hospitalidad, no conocen de lugares, de fronteras, de gentes. Ellas se visten
el traje que quieran, lo mismo en Cádiz, en Priego, en Cabra o en Lucena, y en
Lucena se ataviaron de muy diversas maneras y en su baile nos regalaron una
rosa, los recuerdos lejanos en tierras marineras o el paso franco a un
castillo, todos jaleados con amistosa conversación. Pero antes, recién
comenzada la mañana, un buen mollete con aceite, tomate y jamón nos da la
bienvenida a la antigua república hebrea. Custodiando los muros de su castillo
un olivo de orondo tronco, que no es nada particular en estas tierras, volvemos
a lo de antes, pero ante el que me hago algunas preguntas; ¿qué pájaro dejó
caer sus excrementos depositando la semilla de la cual brotó? Al hacerlo, ¿se
marchó siendo consciente de lo que aquí dejaba, de las fotos que algún día
surgirían de lo que él cagó? ¿Cuánta sangre, cuántas lágrimas regaron sus
raíces? ¿Cuántas lunas, cuántas cruces, cuántas estrellas han visto pasar las
ramas de este olivo de tronco inmenso? ¿Cuántas cochinillas fueron testigos de
lo que la historia no nos contó? Preguntas, tantas, sin respuesta, y qué más
da.
Las golondrinas dibujan un
pentagrama en el cielo, y en la punta de sus alas llevan clavado el perfume del
incienso.
Y el sol se marcha, no sin antes
incendiar la tarde, las ramas crepitan en su huida y el perfume blanco de las
flores se carameliza de ámbar al acostarse. La sierra se echa por encima un
fular tejido de lila y miel, y el viento tira de él para que arrope a los
olivos. Una fuente nos espera, al final del repecho, con su agua clara y fría.
No la pruebo, me arrepiento, no tengo ganas de irme, yo quisiera prorrogar, al
menos otras tantas horas, estas sensaciones, estos paseos, no es posible. El
sol se marcha, la fuente riega la tierra, el agua corre y corre, buscando la
leche materna, y nosotros regresamos a casa con el gozo pleno tras haber
saboreado una comarca deliciosa y bella.
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