jueves, 24 de abril de 2014

Subbética cordobesa

Chispea, travieso, el arroyo sus dones, sin dejarnos cruzar hacia el olivar, tal es su arrebato de soberbio infante. Camina, el arroyo, ensimismado en su belleza, olvidando que unas humildes piedras y la más ingenua intrepidez sirven como utensilios primarios para sortear los más osados obstáculos. Del otro lado el olivar, acariciando al suelo pedregoso. Unas pezuñas raudas y frágiles de perrilla con afán de zorra, un niño muchacho con sueños de cabrero y un padre con sueños de aprendiz de poeta quebrantan la siesta de estos olivos, que habrán de reñir al guardián fluvial por haber dado paso a tan prolijos visitantes. Contemplan la escena un buen puñado de membrillos, pintando la falda de la sierra con su nevada de flores, y un graderío repleto de roquedos y quebradas amables. El sol dormita, cubierto hasta el flequillo con un suave lienzo blanquecino. La frescura de la tarde despierta a la culebra, larga, sinuosa y estrecha, que habrá de conducirnos desde la Aldea de los Villares hasta Priego de Córdoba. Su lengua bífida nos deposita a un palmo del ayuntamiento de esta localidad. Ciudad serena, con trazas de pueblo en sus callejas y recoletas plazas y aires de urbe en sus mansiones solariegas. Ambos perfiles congenian con modestia y belleza, sin resultar altiva, más bien contemplativa, discreta, como los miradores que la circundan para observar la sierra. Tiendo a pensar que estos olivares la sosiegan, igual que a mí me sucede en estos instantes. Un lirio me ofrece sus labios carnosos, y a ellos me entrego con mis ojos hambrientos de su olor. La Fuente de la Salud tiene dividido su vientre en miles de pedacitos acuáticos, unos gritan, otros callan, todos quisieran escapar del poyo que los encierra. Neptuno y las ninfas, desde la gran bañera, los vigilan de cerca. Va siendo hora de catar la repostería de estas tierras. Cafés y más en una inquieta terraza, por aquello de no molestar a la perra. Resultado negativo en el primer intento, habrá que probar en otra ocasión. La luna abre sus ojos de par en par, invitando a las ranas a croar, a danzar. Salimos a su encuentro, con la curiosidad de unos gatos ansiosos de libertad, y ella nos alumbra la trocha cubierta de maleza. Es cálido el lecho de su luz, ¿quién pudiera dormir aquí? Dentro no se dan las condiciones para pernoctar cómodamente.
La mañana le lava la cara a la sierra, que se levanta fresca, lozana, y nosotros con ella; hambrientos de paseos. Una hermosa carretera nos va brindando el camino. Atravesamos poblados, cortijos y aldeas, hermoseados de flores, estampas de primavera, y de orilla a orilla; los olivares, salpicados sus pies con la nieve de los membrillos. Es bella esta tierra y hermoso el destino. Cabra nos ofrece el mejor aceite que han probado nuestros labios. Aceite, bullicio, sorpresa, la que nos regala estas calles llenas de alegría, y en el descanso comercial; la siesta. Duermen los geranios en la cal de sus plazas, y un manto de petunias cobija a una ventana de miradas indiscretas. En el altozano; un castillo, hoy convertido en gimnasio, colegio y posada para monjas de clausura. No es nada extraordinario encontrar un castillo en la loma de un pueblo, es cierto, pero sí el ciprés portugués que lo custodia, tan altanero que se observa desde cualquier rincón del municipio. Unos amables vecinos nos invitan a conocer la fuente del río que da nombre al municipio. No tanto la fuente, nos agrada, pero sí la vía verde que la observa de cerca y que une Lucena y Cabra y así hasta llegar a Jaén por un camino sembrado de flores lilas, rojas y amarillas. Nosotros nos conformamos, disfrutando de vistas esplendidas, con quedarnos en la antigua estación de tren transformada en museo, restaurante y cafetería. Aquí, bajo una maravillosa marquesina de forja, tomamos café endulzado con esencia de azahar. Y la tarde se va emborrachando de colores, de risas, de besos y adioses.

Una estación sin tren…
para tomar café, para reír,
para cotillear con el azahar
que le sirve una copa,
y otra más y otra más,
a la tarde,
y la tarde se embriaga
y los árboles se inclinan
a punto de caer,
¿buscarán el camino
o te perseguirán con su aroma?
por cierto ¿te he dicho que vas muy guapa?

La cortesía, la gracia, la hospitalidad, no conocen de lugares, de fronteras, de gentes. Ellas se visten el traje que quieran, lo mismo en Cádiz, en Priego, en Cabra o en Lucena, y en Lucena se ataviaron de muy diversas maneras y en su baile nos regalaron una rosa, los recuerdos lejanos en tierras marineras o el paso franco a un castillo, todos jaleados con amistosa conversación. Pero antes, recién comenzada la mañana, un buen mollete con aceite, tomate y jamón nos da la bienvenida a la antigua república hebrea. Custodiando los muros de su castillo un olivo de orondo tronco, que no es nada particular en estas tierras, volvemos a lo de antes, pero ante el que me hago algunas preguntas; ¿qué pájaro dejó caer sus excrementos depositando la semilla de la cual brotó? Al hacerlo, ¿se marchó siendo consciente de lo que aquí dejaba, de las fotos que algún día surgirían de lo que él cagó? ¿Cuánta sangre, cuántas lágrimas regaron sus raíces? ¿Cuántas lunas, cuántas cruces, cuántas estrellas han visto pasar las ramas de este olivo de tronco inmenso? ¿Cuántas cochinillas fueron testigos de lo que la historia no nos contó? Preguntas, tantas, sin respuesta, y qué más da.
Las golondrinas dibujan un pentagrama en el cielo, y en la punta de sus alas llevan clavado el perfume del incienso.

Y el sol se marcha, no sin antes incendiar la tarde, las ramas crepitan en su huida y el perfume blanco de las flores se carameliza de ámbar al acostarse. La sierra se echa por encima un fular tejido de lila y miel, y el viento tira de él para que arrope a los olivos. Una fuente nos espera, al final del repecho, con su agua clara y fría. No la pruebo, me arrepiento, no tengo ganas de irme, yo quisiera prorrogar, al menos otras tantas horas, estas sensaciones, estos paseos, no es posible. El sol se marcha, la fuente riega la tierra, el agua corre y corre, buscando la leche materna, y nosotros regresamos a casa con el gozo pleno tras haber saboreado una comarca deliciosa y bella.




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