viernes, 8 de junio de 2012

Gibraltar


Gibraltar
Sopla un ligero viento de poniente que viene a refrescarnos la cara y una marejada de nubes juega a enamorarse de las montañas que circundan la Bahía de Algeciras. Vamos preparando nuestros documentos de identidad. De este lado una bandera, raída, deshilachada. Del otro lado tres banderas ondean, tan limpias, tan limpias que parecen recién sacaditas de lavar. Y cortando el aire una pareja de gaviotas que vuelan de aquí para allá. Dibujando el horizonte el Peñón de Gibraltar.
Gibraltar, como tal, es un caso singular, y puede que en esa singularidad radique el magnetismo que nos lleva a visitarla con cierta asiduidad.
Desde el punto de vista físico el Peñón, cuya altura máxima es de 426 metros, desde la carretera cualquier diría que tuviera más, no supera los siete kilómetros de extensión; 6 kilómetros de largo y poco más de un kilómetro de ancho, y está unido al resto de la Península Ibérica por un istmo bajo y arenoso, que hoy sirve como aeropuerto y paso fronterizo.
Siete kilómetros cuadrados en los que habitan alrededor de treinta mil personas, cada uno de su padre y de su madre, unos buenos, otros malos, que los habrá, y otros regulín regular, no vamos a descubrir ahora América. Poco más de siete kilómetros cuadrados henchidos de atributos o defectos, según se mire, pues no es oro todo lo que reluce, como en todas partes. Siete kilómetros cuadrados donde residen, con una ejemplaridad notable, la armonía y el respeto entre culturas, credos y tradiciones tal como, según nos cuentan los libros de historia, coexistieron, en determinados períodos, en suelo ibérico. Siendo así merece un apunte algo más concreto la comunidad judía de Gibraltar, a tenor de la infausta suerte corrida por estos en numerosos capítulos de la historia de España y Portugal.
Quieren los legajos más antiguos contarnos que las huellas judías en Gibraltar se pueden rastrear hasta más allá de 650 años de historia, tal vez más. Los primeros registros datan de 1356 cuando la comunidad hizo un llamamiento solicitando el rescate de un grupo de judíos tomado como prisioneros por los piratas. Otros documentos indican que los judíos que huían de Córdoba buscaron refugio en Gibraltar en 1473. Desde entonces hasta hoy jamás, exceptuando las centurias de dominio español, ha sufrido dicha comunidad la terrible lacra del antisemitismo o judeofobia. Esto a pesar de las cláusulas que añadieron los españoles en el Tratado de Utrecht de 1713, por el que se les cedía a perpetuidad Gibraltar a los ingleses, que venían a decir lo siguiente a este respecto:

 A Su Majestad Británica, a instancia del Rey Católico consiente y conviene en que no se permita por motivo alguno que ni judíos ni moros habiten ni tengan domicilio en la dicha ciudad de Gibraltar.

Felizmente, dichas condiciones no fueron respetadas por los británicos, como algunas otras, y en 1749 a los judíos se les otorgaba el derecho de afincamiento permanente. Lo que permitió el florecimiento cultural y material de dicha comunidad. A poco de la citada licencia se les concedió el derecho de edificación de lugares de culto, lo que permitió el alumbramiento de varias sinagogas en el Peñón, algunas tan longevas como la Gran Sinagoga, cuyo interior es una verdadera joya. De esta habría que decir que su construcción se remonta a 1750, gracias a los auspicios del rabino Isaac Nieto, sefardí proveniente de Londres, que fundó, asimismo, la comunidad judía gibraltareña. Ahora bien, no quedan a la zaga en belleza y longevidad sus hermanas confesionales, constituidas y edificadas entre los siglos XVIII y XIX, algo absolutamente impensable en la España de aquel entonces, y no tan entonces, y no sólo para la construcción de cualquier templo ajeno al catolicismo, sino para la mera presencia física de judíos, musulmanes, masones y tantos y tantos otros perseguidos por la Inquisición y la Iglesia por su fe, raza o filosofía. De esta manera habría que decir, en cuanto a su distribución se refiere, que más del 90% de la población judía de Gibraltar es de origen sefardí, judíos descendientes de los expulsados por los Reyes Católicos en 1492, siendo el resto provenientes de Inglaterra. Cuando aquí estábamos sumergidos en el lodazal del más horrendo fanatismo religioso, en Gibraltar prendió nuevamente una antorcha de concordia y respeto, cual faro que quisiera iluminar la oscuridad en la que se hallaba sumida la Península Ibérica.
Pero no sólo por judíos está compuesto el potaje del revoltijo étnico gibraltareño. También lo aderezan o acompañan, todo armoniosamente mezclado, comunidades y confesiones como la hinduista, visiblemente notable en dicho mélange regentando no pocos comercios de dicha ciudad. Cuentan, asimismo, con templo propio. Numerosos, también, los fieles de la religión islámica, en su mayoría procedentes del norte de África. Y finalmente decir que son mayoritarias las feligresías anglicanas y católicas, sin faltar otras del arco iris cristiano, como los ortodoxos, evangélicos, apostólicos…, y todos ellos conviviendo fraternalmente en esos escasos siete kilómetros cuadrados de extensión. Un ejemplo a seguir que nos agrada y nos hace sentir bien.

Y pasemos ahora a tratar uno de los aspectos que cada día resultan más complicados cuando de viajar se trata; aparcar un coche. A poco más de doscientos metros del paso fronterizo, en la Línea de la Concepción, encontrarás una inmensa parcela, desahuciada, de firme muy irregular y pedregoso, destinada al aparcamiento de vehículos. Su lamentable estado no ha de servirnos para desdeñarlo, porque nos ahorraremos bastantes euros y además estaremos contribuyendo a una acción solidaria, con un aporte voluntario que viene a mitigar, un poco, la paupérrima economía y situación socio-laboral de quienes lo tutelan y vigilan; un grupo de desempleados de la Línea, una ciudad castigada, casi a perpetuidad, por el desempleo y la marginación social. Nada aconsejable el parking soterrado llamado Constitución-Frontera. El pago de poco más de siete horas de estacionamiento os puede dejar un sabor un tanto ácido en el paladar. También podéis optar por acceder a Gibraltar en coche. Si elegís esta opción hay un parking a pocas docenas de metros de la frontera cuyo nombre es Rotunda, cuyo precio en libras resulta ser mucho más económico que el ya citado de La Línea. Si elegís esta opción tened en cuenta que a veces se forman embotellamientos para salir de Gibraltar. Nosotros terminamos dejando el coche en el parking Constitución-Frontera, por eso sé de qué hablo, y bien que nos arrepentimos. Cuando sales a la superficie lo primero que te encuentras, en derredor, es un solar cercado y abandonado a su suerte, excepto por los innúmeros desperdicios y escombros que alfombran su hormigonado pavimento. Buscando algo digno de ver llegas a una especie de paseo transformado, y feo, en algo así como una galería comercial a cielo abierto. Su estructura y diseño no aportan nada original a este tipo de instalaciones. Goza de poco encanto y menos ambiente y muchos de los comercios están cerrados y desalojados, secuelas de un lugar que a casi nadie interesa. Dejándolo atrás, es lo mejor que se puede hacer, y tras cruzar dos pasos de peatones, llegarás al paso fronterizo que te permitirá atravesar la verja y acceder a Gibraltar.

No voy a entrar en cuestiones políticas ni a dejarme llevar por el tan manido “Gibraltar español”. No quiero entrar en esas discusiones. No me interesa la política ni los que la hacen posible. No me interesan las banderas, ni las fronteras, me interesan las personas, los pueblos. Y en el caso de Gibraltar, en el año 2002 al pueblo soberano se le dio la oportunidad de decidir su futuro y el resultado fue muy claro y rotundo. A la pregunta: ¿Aprueba el principio de que el Reino Unido y España compartan la soberanía de Gibraltar? La opción de rechazo recibió un apoyo del 99%. Hoy Gibraltar, y desde aquél referéndum, está considerado como un Territorio Británico de Ultramar, pero con amplísimas capacidades de autogobierno, tanto es así que la presencia burocrática del Reino Unido en el territorio gibraltareño se limita a un gobernador elegido por la Reina Isabel II cuyas funciones se limitan a los asuntos de defensa y relaciones exteriores. Siendo así, interesado por las personas y los pueblos, me veo en la necesidad de repetir lo que decía al principio, que Gibraltar como tal posee para nosotros un magnetismo singular que nos hace visitarlo con cierta asiduidad. Allí nos sentimos bien, entre tanta diversidad de gentes y culturas, entre costumbres, horarios, gastronomía…, bien distintas a las que estamos acostumbrados y a poco más de una hora en coche desde casa. Donde su arquitectura religiosa no tiene como única protagonista a la religión católica. Hay mucho más que iglesias y conventos. A decir verdad no hay conventos. Y donde, además, abundan los momentos y escenas en las cuales no puedes más que dejarte llevar y reír sencilla y francamente, al comprobar el simpático uso y dominio del inglés y del andaluz que tienen estos curiosos llanitos. El llanito es también la jerga o lengua vernácula de Gibraltar, una ensalada curiosísima basada fundamentalmente en el andaluz con enorme influencia del inglés y otros muchos idiomas y dialectos del Mediterráneo, entre ellas la haquetía, el judeoespañol hablado por los sefarditas del norte de Marruecos, Ceuta y Melilla.

Gibraltar, a día de hoy, una vez que se marcharon de su escueto territorio la mayor parte de los regimientos de las fuerzas armadas británicas y tras el cierre de los astilleros de la Royal Navy, vive de, por y para el sector servicios, fundamentalmente del comercio, la totalidad de sus productos están exentos de IVA, y del turismo. En 2011 más de siete millones de turistas visitaron Gibraltar. Y esta es la ciudad que nos vamos a encontrar. Una ciudad comercial y turística, cuya arteria principal, Main Street, es un deleite para los que gustan de practicar lo que ahora llaman ir de shopping, o séase ir de compras. Extendiéndose a lo largo de un kilómetro, de norte a sur del casco antiguo gibraltareño, en ella vamos a encontrar de todo y más, a precios, a veces, y según los productos, más baratos que en España. Pero no todo es comercio en Main Street, si elevas un poco la mirada, más allá de los escaparates y los reclamos publicitarios, hallarás, en sus edificios, una mezcla de estilos arquitectónicos pasando desde el genovés, al portugués, morisco, andaluz, sin faltar el estilo Regency británico. Y entre los edificios más relevantes destacan la Catedral de Santa María la Coronada, el Ayuntamiento y el edificio del Parlamento de Gibraltar. Pero no todo el monte es orégano, como en todas partes. Si dejas a un lado la Main Street y te encaminas hacia alguna de sus calles paralelas, por cualquier de los muchos callejones que parten de la arteria principal, encontrarás, a menudo, fincas, casapuertas, patios, escaleras, un tanto sucias, destartaladas. No son pocas las fincas cerradas y abandonadas en el casco antiguo. Y sorprende que esto sea así en una ciudad, en un territorio tan necesitado de espacio para edificar. Y sorprende aún más que esto sea así tras leer los informes que dicen que Gibraltar ocupa la quinta posición, sobre 235 países, con mejor calidad de vida y niveles de seguridad. Entiendo, al menos quiero entender, que esto se deba a otra concepción, otra filosofía de la vida algo distinta a la que tenemos en Andalucía, tampoco pasa siempre ni en todas partes, donde tanto abunda el amor por el cuidado y exorno de los patios, balcones, fachadas. Sea como fuere resulta llamativo, al menos, este estado de abandono y suciedad que presentan muchos patios y corredores de acceso a numerosas viviendas. Tenemos querencia por observar también aquello que no aparece en los folletines turísticos, y claro, a veces te encuentras con estas sorpresas. Y en esa labor de indagación y observación hemos avistado escaleras en tan mal estado que parece que por ellas no hubiera subido ser viviente en al menos cincuenta o sesenta años. Instalaciones de luz y agua suspendidas de paredes y techos sin el más mínimo sentido del decoro y de la seguridad. Y como de defectos y virtudes todos estamos hechos, continuaré el relato de Gibraltar con otro de sus personajes singulares; los macacos o monos de Gibraltar, como cantara Víctor Manuel, considerado el único primate de Europa, aparte del hombre, que puede encontrarse actualmente en libertad. Señalan las estadísticas que son unos 300 los ejemplares que en la actualidad hacen diabluras allá por donde van, ocasionando más de un altercado en las mochilas y suministros de los turistas atrevidos que se acercan para verlos. Gustan de apoderarse de lo ajeno, sintiendo especial predilección por bocadillos y demás vituallas acarreadas por quienes se aventuran a pagar diez euros para subir, a través del teleférico, hasta la cúspide del Peñón. Allá, desde esa posición estratégica que nos ofrece una panorámica inolvidable de las Columnas de Hércules y de otras lindezas más de esta comarca del Campo de Gibraltar, viven en comunidad, a veces encuentras individuos solitarios, machos y adultos, pero por lo general son criaturas grupales de estructura matriarcal. Si tras descender del balcón panorámico, antes de tomar nuevamente el teleférico para regresar a la ciudad, te aproximas a los senderos que conducen a la reserva natural podrás observarlos llevando a cabo, sin rubor y en completa libertad, cada una de las facetas de su vida diaria; espulgándose, retozando, divirtiéndose, peleándose y robando comida, sin duda uno de sus mayores placeres. Mírales a los ojos, te dirán cuánto disfrutan tras la captura y aprovechamiento del reciente hurto. No necesitan hablar, con sus gestos, con sus graciosas miradas, los más chiquitines, te lo dicen todo. En Gibraltar son patrimonio y durante años fueron alimentados y supervisados por la Royal Navy. Una tradición popular dice que mientras las monas persistan en Gibraltar, ésta seguirá bajo dominio británico. No hace mucho leí un artículo en un periódico español en el que se detallaba el plan que tiene previsto llevar a cabo este mismo verano el gobierno gibraltareño para el sacrificio de 20 macacos, pues al parecer están ocasionando algunos problemas entre la población; atemorizando a niños, entrando de noche por las ventanas de algunos domicilios, provocando algunos destrozos…, en fin, nada que el ser humano no haga superándolos sobradamente. Difiero de tal medida, aunque ciertamente no sé cuál sería la más idónea en estos casos. En todo caso observarlos en libertad es una experiencia gozosa e inolvidable.
Y dejando atrás el Peñón y sus monos regresamos a la ciudad, que por esos días festejaba con desfiles, conciertos y numerosas banderas británicas y gibraltareñas colgadas de balcones, ventanas, farolas y comercios, el jubileo de diamante de la Reina Isabel II. Y allá los fuimos dejando, cada loco con su tema, y nosotros de regreso a casa, que al peque le tocaba estudiar.


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