miércoles, 25 de enero de 2012

Marta del Castillo

Hoy, mientras desayunaba, mi corazón se vio asaltado por la emoción. Vamos, hablando en plata, que rompí a llorar desconsoladamente, larga y calladamente, pues andaba solo, sin nadie que me pudiera dar su hombro para buscar consuelo. No quiero entrar esta mañana en vanos y archiconocidos discursos sobre el papel de la justicia, sobre su ineficacia y trato desigual según peculio, fama o patrimonio de cada cual. No quiero participar en ese juego. Hoy quiero sentirme en las carnes, como diría mi abuela, de esa madre y ese padre, que hace ya más de tres años perdieron a su hija, ultrajada y vilmente asesinada, a manos de unos canallas que andarán campeando a sus anchas para seguir delinquiendo. Pues visto está que el que nace con mala sangre, con mala sangre pervive hasta el último suspiro.
Que mis lágrimas sean tus lágrimas y mi corazón tu aliento. 


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