miércoles, 8 de junio de 2011

Soñando en Baelo Claudia (Bolonia-Tarifa)

La tristeza me embarga, no lo puedo remediar, al contemplar estos templos, foros, basílicas, mercados…, y no haberlos podido visitar en toda la esplendidez de su etapa vital. Hoy son tan sólo ruinas. Una cávea desolada, sin vítores ni temores. Una calzada sin pisadas, sin el trasiego de bueyes y carretas. Unas columnas erguidas, sobre un espacio vacuo, sin vírgenes que las cuiden, sin túnicas que las rocen, en el páramo relegadas. Cimientos desnudos, que antaño sustentaron pilares de un templo, erigido en honor a la deidad local.

Una leyenda, a modo de explicación. Jorge Bonsor, su vida, su obra, en exposición. Arqueólogo, aventurero, fotógrafo, pintor. Rezuma sensualidad la imagen en la que aparece la hija del soñador. Unos trabajos de prospección, que ayudan a que fluya la imaginación.

Imaginar el mercado, rebosante de fragantes especias. Telas exóticas, del lejano Oriente recién llegadas. La matrona que pasa, dispensando favores y soberbia, por sus esclavos portada en volandas. Los gritos del tendero, pregonando aceites y afeites, adquiridos serán, para su domina, por el lacayo embustero.

La basílica, de reflejos marmóreos, donde el jurista imparte justicia u omisión. No hay lugar para la aflicción, ni mucho menos para la compasión, en el santuario del Derecho Romano, presidido por el Augusto Emperador.

En el promontorio descansan los templos de la Triada Capitolina. En el primer peldaño el sacerdote, observa, enhiesto, seguro, todopoderoso, las galeras, que impelidas por Céfiro, navegan, con tesoros cuantiosos, al corazón del Emporio.

Desearía postrarme ante tu altar, Isis Divina. Adorador seré de tus cultos mistéricos. Ingrávidos velan, la cella donde habitas, los efluvios sacros. De las arenas de Egipto, circunnavegando el Mediterráneo, hasta las arenas del Atlántico, para venerarte en secreto, Reina del Cielo. Empujando vienen, con cruces y parábolas, otros cultos de origen profético.

Selene difumina su argentado rostro, elíptico su perfil, por el firmamento precipitado de nebulosas y constelaciones. Yo no me quisiera ir, conduciré tu carro, diosa de la luz, y con los bueyes blancos, sobrevolando pueblos y ciudades de este paisaje andaluz. 

Los Anemoi tutelan, despóticos, los litorales de Hércules. Euro encrespa la mar, con caracolillos de plata fina, y sobre la mar navega un barquito velero, blanco como la sal, sin rumbo y sin plaza fija.

Por la Puerta de Gades se dibuja una colina de dunas. Vía Heraclea, allende asoma un futuro cargado de dudas.

Comerciante, explorador, argonauta o soñador, yo hubiera deseado conoceros, ruinas de semblante embaucador, cuando los dioses os protegían, alimentados por las oraciones del edil, el poeta, o el senador.

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