martes, 31 de mayo de 2011

Sierra de Grazalema

Hay una pradera serrana, sembrada de encinas, quejigos y alcornoques. Hay una veredita pedregosa, escabrosa, que sé bien donde comienza, pero ignoro dónde acabará. Unos niños juegan con una pelota a la sombra del encinar. La campiña tiene recién lavada su cara, y un vestido de destellos dorados y verdes se ha venido a colocar. Verdes, como tus campos, dorados, como las hebras de tus repechos. ¡Qué bello, lo que ven mis ojos! Detengo mis pasos. Suspiro profundamente, allá está, en el prado, silente, ausente de gente, un hermoso ejemplar de toro, de cornamenta imponente, que me mira fijamente. ¿Qué hago? Me pregunto. ¿Retrocedo? Cobarde ¿Avanzo? Imprudente. No desearía marcharme, tal cual, tranquilamente. Me cobijo tras del matorral, sigilosamente, y extraigo la cámara, precipitadamente. Mayestático se torna hacia mí, ¿pacífico o desafiante? Tornasolada su piel, brillante, cual si hubiera sido cepillada pacientemente. Sosiego mis nervios, enfoco, disparo ¡ya estás, torito lindo! En mi recuerdo quedarás presente.

No hay comentarios: