martes, 10 de mayo de 2011

El metro

Un pensamiento en el suelo, unos pantalones raídos a mitad del banco. Por la recóndita caverna jadea el viento. Distante, fugaz, bufa insolente.

Por las escaleras mecánicas unos tacones, presurosos, la fatiga se dibuja en el rostro, famélico, como su bolso.

En la otra orilla unos murales publicitarios nos invitan a consumir. En los paneles informativos nos avisan de que el tren llegará en cinco minutos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco pasajeros, y nosotros, todos, aparentemente, exhaustos.

Es cansino el aire, enrarecido pesa sobre el andén. Andan los tacones, no pueden estar quietos, arrastran, jadeantes, un alma agotada y una mirada perdida. Un plano grafiteado, lo miro para distraer la vista, pero al momento la aparto. Parto de la premisa que no deseo mirar sucios recuerdos del pasado.

Estentórea la música, escapa de los oídos de un joven de raza negra. Le observa un señor trajeado, enhiesto, de ceño fruncido, sus zapatos marcan el ritmo, un tanto agitado y de su brazo derecho cuelga un maletín, desgastado.

Una chica de cabello velado mece una silla. En la silla un bebé y en el rostro del bebé unos ojos negros, almendrados, contemplan el universo cerrado del metro, maravillados.

Ruge el viento por la pestilente caverna, henchida de luz por la linterna del vagón. El vagón se aproxima, abre sus fauces, hambriento, siete abstraídos viandantes son devorados por el tren. Desierto se queda el andén, de almas pasajeras y pensamientos olvidados.

1 comentario:

Silvia Arauz dijo...

Precioso como escribes primo...