Pleamar
en la cañada
Orillada está la
cañada por mares como trigales, que se vienen de acá para allá cuando el viento
los mece, y en el horizonte la Bahía, toda ella teñida de verde.
En el collado
una torre, una de las siete consagradas al divino Hércules, y a sus pies la
reverencian trigales como mares. Marchemos hacia allá. Está bien, como desees.
Pero has de ser prudente, si así lo quieres. A nuestro encuentro se acerca una
tropilla de amorcillos y náyades. Tocan flautas y chinchines, portan coronas y collares
del Jardín de las Hespérides.
Pleamar en la
cañada y allá en el horizonte la Bahía, toda ella teñida de verde.
¡Adelante,
continuemos! Un denso banco de ovejas por el piélago topamos. Un retrato, una
pose, ¡me caí! ¡Ay, me duele! El corderito que corre y la madre que pace y
pace. Pleamar en la cañada y allá en el horizonte la Bahía, toda ella teñida de
verde.
Acarician a la
cañada mansas mareas de flores, danzando están, según el viento las mece. Lilas
las tienes, que parecen cascabeles. Las margaritas ya despuntan, por la
primavera que viene. Y en la cresta plateada la retama que al rebaño adormece.
Parecen caballos
marinos aquellos pardos corceles. Un potrillo se me viene, yo me agacho, quiere
olerme. Cámara en ristre, aprovecho, uno, dos, tres. Aquí dentro quedarás, tú,
cual grande y hermoso eres. Libre apareces, mas no lo estás. Una zafiedad de
cordeles ahoga tu ímpetu adolescente. Me levanto, te retraes, no te asustes, ya
me voy, a tu lado ¿la ves? tu madre, por allí viene.
Lindos y brunos
corceles, siento hondos pesares al leer los diarios papeles. Sois ahora
abandonados por cientos y millares, vosotros perenne compaña de historias y
civilizaciones. Maldita crisis ésta, no tan sólo de monedas y billetes. Exenta,
principalmente, de los más esenciales valores.
Pleamar en la
cañada y allá en el horizonte la Bahía, toda ella teñida de verde.
Por estribor una
flotilla de cabritas, cabras y cabrones. Un cabritillo levantisco quiere
hurtarte las flores, esas de dulces olores. Los perros olisquean el cortejo, el
viento, las flores, y nosotros, agradecidos, ofrecemos un saludo a los
capitanes pastores. Y por babor salpicados por almendros y tomillos apiñados en
islotes.
Pleamar en la
cañada y allá en el horizonte la Bahía, toda ella teñida de verde.
Al abordaje de
las cañadas partimos un mediodía de sábado, pertrechados, bien surtidos, en
nuestros bravos bajeles, costeando, bordeando, escolleras de pinares.
Besaban nuestros
leños orugas pastosas y peludas, en continuas procesiones. A la altura del
otero, donde moran los hospitales, el levante arreció y el cielo se fue velando
de nubes. Compañero a partir de entonces, levante que todo lo puedes, para
inflar velas y revolver marismas de habas y maizales. Agitador de ensenadas,
locura de arenales. Arena en nuestros bajeles y donde imaginarlo puedes. Al
abordaje de las cañadas, con vientos, nubes y flores, y en el horizonte la
Bahía, toda ella teñida de verde.
Con Céfiro llega
la brisa. Él con atavío insinuante, ella un vestido blanco moteado de diamantes.
El levante carcajea, jajaja, no me voy, ni lo sueñes.
Siento querencia
yo por estos floridos mares, sus navegables sendas y sus profundos trigales.
Églogas y pastores, moaxajas y zéjeles, serranillas y juglares, que sirvan
todos, que sirvan, para cantar los placeres de estos bucólicos andares.
Pleamar en las
cañadas y a lo lejos la Bahía, que quiso teñirse de verde.
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